“La revolución energética posible”
Hay cambios en el paradigma energético mundial que nos deben servir de referencia para la estrategia energética argentina de largo plazo. Hoy la matriz de energía primaria del mundo sigue dependiendo de los fósiles: 34% petróleo, 23% gas, 28% carbón (85%).
La matriz eléctrica de generación de electrones depende 38% del carbón, 23% del gas, 4% del petróleo, y un 35% de energía alternativas (hidro 16%, nuclear 10%). A su vez en la matriz mundial de consumo final, la energía eléctrica, que sólo representa el 20%, comienza aumentar su participación respecto al gas y a los combustibles fósiles. La Argentina debe orientar su planificación estratégica de largo plazo tomando en cuenta las tendencias dominantes y anticipando posibles cambios.
En la actual estructura mundial de la energía hay tres tendencias que se afianzan por el lado de la oferta, y dos por el lado de la demanda.
Por el lado de la oferta:
i. La sustitución intrafósiles de carbón y petróleo por gas natural en la matriz primaria. En el 2030 la participación del gas superaría la del carbón.
ii. La diversificación de las fuentes de energía con creciente participación de las fuentes alternativas. Eso se advierte más en la matriz de generación eléctrica donde las energías renovables como la eólica y solar, promocionadas por sus ventajas medioambientales, han reducido sus costos de manera significativa.
iii. La mayor electrificación del consumo final de energía (acá se reflejará, entre otras irrupciones tecnológicas, la penetración de los autos eléctricos en el parque automotriz)
Por el lado de la demanda mundial las tendencias dominantes son:
iv. La necesidad de descarbonizar el consumo de energía por los problemas ambientales localizados y los crecientes problemas del cambio climático global.
v. La posibilidad de hacer una gestión inteligente de la demanda de energía introduciendo internet en las redes eléctricas y promoviendo la interacción de la oferta y la demanda (internet de las cosas).
Puede haber cambios disruptivos que aceleren o ralenticen estas tendencias.
Por ahora los que se insinúan como más probables son: por el lado de la oferta, a) la tecnología de celdas combustibles que usan hidrógeno y, b) el almacenamiento de electrones en baterías a escala con costos que podrían viabilizar su desarrollo comercial. Por el lado de la demanda, las crecientes preocupaciones por las consecuencias del cambio climático, cohesionan preferencias para imponer el uso de energías limpias internalizando los costos ambientales del uso de la energía fósil. Si bien el Acuerdo de París no se ha traducido en compromisos mandatorios de reducción de gases de efecto invernadero, los compromisos voluntarios de los Estados signatarios influyen en las políticas nacionales generando una conciencia colectiva sobre el problema. Los cambios disruptivos pueden acelerar la transformación del paradigma con predominancia fósil, y precipitar los tiempos políticos que aceleren la presión y las regulaciones tendientes a controlar y a reducir la huella de carbono en la actividad económica.
La planificación estratégica energética argentina de largo plazo no puede ir a contrapelo de los cambios estructurales en el paradigma energético mundial. Tenemos todo el potencial para cabalgar estos cambios de paradigma y aprovecharlos en una estrategia de desarrollo sostenible. Desde la escasez actual y los traumáticos reacomodamientos de precios y tarifas, la Argentina puede ir a un escenario de energía abundante, sustentable y de precios competitivos para la producción y el consumo.
Para eso, primero tenemos que asumir la realidad: hoy la energía es parte del problema económico.
El déficit energético impacta en las cuentas externas. De 3246 en el 2017 a 2339 millones de dólares este año. En la década pasada teníamos un superávit y dimos vuelta el signo en el 2011.
El déficit energético impacta en las cuentas públicas: 20.814 MMU$S en el 2014. Se redujo a 8803 en el 2017 y en el 2018 estaba previsto reducirlo a 4.000 millones. El impacto de la devaluación frenó las recomposiciones tarifarias: el déficit fue de 7.121 MMU$S. Este año la previsión presupuestaria es de 4866 MMU$S (reducción del 32%)
Para revertir esta situación tenemos que recapitalizar el sector y desarrollar el potencial.
La estrategia debe priorizar el desarrollo intensivo de los recursos no convencionales. Por supuesto, esto no quita aprovechar el potencial de energías renovables. Pero en la transición estas son complementarias. Las reservas totales que hemos depredado P1+P2 de petróleo y gas suman unos 10.000 millones de boe. Los recursos estimados de shale gas y shale oil suman 170.000 MMboe. Vaca Muerta sola suma 70.000 MMboe, de los cuales 76% son recursos de gas. Hay zonas de la formación donde predomina el gas seco, otras donde predomina el petróleo y otras donde hay gas asociado.
Por supuesto que hay que aprovechar todo, pero para aprovecharlo todo la clave está en el desarrollo intensivo del gas. Hoy producimos 130 MMm3/d de gas y unos 500.000 b/d de petróleo (ya cimientos convencionales que declinan y no convencionales cuya producción crece a tasas significativas).
La producción petrolera se puede multiplicar por 2 en 5 años.
La producción de gas necesita obras de infraestructura y desarrollo de nuevas demandas en el mercado doméstico, en la región y en el mercado mundial. Para duplicar la producción actual de 130 a 260 MMm3/d hay que interactuar en el mercado mundial de GNL. Es un desafío muy exigente, pero posible. Hoy la Argentina sigue a EE.UU en la tecnología shale, los rendimientos son excelentes y tenemos una base de actores internacionales con intereses en la explotación.
En dos años podemos recuperar el equilibrio de la balanza sectorial. A mediados de la década podemos recuperar saldos positivos de 5000/6000 MMU$S. Hacia fines de la próxima década, si interactuamos en el mercado mundial de GNL los saldos positivos pueden elevarse a 15000 MMU$S.
Los requisitos fundamentales para que la estrategia energética sea un capítulo de la estrategia de desarrollo económico y social son:
El sector necesita el contexto de una macroeconomía estable que no requiera impuestos altamente distorsivos como las retenciones a las exportaciones y tenga tasas de riesgo país comparable a las de la región.
Reformas económicas estructurales para reorientar el modelo productivo de la sustitución de importaciones a la producción de valor agregado exportable. Si seguimos orientados al mercado doméstico y exportando saldos, los dólares de Vaca Muerta van a financiar otra “fiestita” de consumo desigual del populismo corporativo hasta que exploten de nuevo las cuentas públicas y externas (peligro de la enfermedad venezolana). En cambio, en un modelo de valor agregado exportable, la energía puede aportar gas competitivo y abundante para el desarrollo productivo. Allí habrá que cuidar que los dólares de Vaca Muerta no nos generen la “enfermedad holandesa”. El tipo de cambio debe apreciarse por ganancias de productividad y no por ingresos excepcionales de dólares que pueden descolocar la competitividad de otras industrias.
En lo micro: precios que reflejen costos económicos en mercados en competencia. Tarifa social focalizada para los usuarios vulnerables. Reglas e institucionalidad de largo plazo y trabajo sobre los costos (logísticos, de capital, operativos) porque somos tomadores de precios. Para que la actividad sea rentable hay que trabajar sobre los costos.
La energía todavía es parte del problema económico, pero tiene todas las posibilidades de convertirse en un capítulo del desarrollo económico y social que nos debemos.
Por Daniel Gustavo Montamat.
Fue Presidente de YPF y Ex Secretario de Energía. Es titular del Estudio Montamat y Asociados. Economista, contador público y abogado; Master en Economía de la Universidad de Michigan, en Estados Unidos.
Egresado medalla de oro, tiene el premio Universidad y el premio al mérito del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Córdoba. Fue Director de Gas del Estado (1985-86); Director y Presidente de YPF S.E (87-89), y Secretario de Energía de la Nación (1999-2000). Consultor del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo y consultor de investigación de foros internacionales vinculados a la energía.
Profesor de Postgrado del CEARE (Centro de Estudios de la Regulación Energética) de la Universidad de Buenos Aires. Autor de varios libros sobre temas económicos y energéticos, su último libro: “La energía argentina: otra víctima del desarrollo ausente”.
Fuente: www.NetNews.com.ar
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