El desafío de vender lo nuestro al mundo

juancruzminones@gmail.com
El concepto de PBI (Producto Bruto Interno), medida para aproximar, luego, la riqueza nacional a través del PBI per cápita, está en relación con la cantidad de bienes y servicios que produce una economía en un determinado período. Las exportaciones forman parte del PBI, es decir que son bienes y servicios que pertenecen a la producción al interior de una economía, con la diferencia es que no se venden en el mercado interno sino, en el externo. Por eso, en la misma línea, las importaciones se restan del PBI, porque pertenecen al producto (PBI) del país del que se importan.
Tener un mercado interno grande como tienen Brasil, Estados Unidos o China (entre otros) nos daría el lujo de pensar en elaborar bienes y servicios para ser consumidos internamente, lo que permitiría diversificar mucho más la producción y bajar los costos por escala. Así y todo, estas economías tienen intercambio comercial con el resto del mundo. Como nuestro mercado interno y el acceso a la tecnología de punta es más limitada, la idea de comerciar con el resto del planeta apunta a esto, a conseguir productos y servicios que el país no hace (o hace de forma menos eficiente) y, así, poder vender productos a otros países que no los tienen (o los hacen de forma menos eficiente). Por eso la discusión sobre la competitividad no debería estar centrada en el tipo de cambio, sino en la eficiencia de las cadenas de valor. El tipo de cambio debería ser el resultado del mayor o menor éxito de esa relación entre la eficiencia interna y la eficiencia externa.
No habría que perder de vista para qué un país busca exportar. A menos que se tengan que pagar deudas de importaciones pasadas o el país tenga el síndrome del Tío Rico que quiere solo acumular por acumular, las exportaciones sirven para poder importar, por eso se habla de balanza comercial. Y esa es la respuesta: para poder comprar cosas que no se hacen en el país (o se hacen de forma más cara o con otra calidad), hay que ofrecer al mundo bienes y servicios (incluido el turismo) que no tengan (o que los hagan más caros o de una calidad inferior). No estoy descubriendo nada, ya lo postuló David Ricardo entrado el siglo XIX: un país vende lo que hace mejor y compra lo que hace mejor otro. Cerrar la economía es no permitir que esa interacción de ventajas competitivas se complete.
El contexto importa
Hace algunos años tuve la oportunidad de intercambiar algunas ideas con una conocida productora de vinos que me dijo que le iba bien exportando a Estados Unidos, a pesar de que competía contra un acuerdo comercial (TLC) que tenía firmado Chile con ese país del norte. O sea, arrancaba con un arancel estadounidense que le cargaba, de partida, un costo adicional al precio que, en definitiva, tenía que competir con el chileno. No obstante, y no sin esfuerzo, esta productora de vinos logró hacer exportaciones exitosas a Estados Unidos en esas condiciones, no del todo favorables, mejorando la eficiencia de su cadena productiva para competir por precio o incrementando los atributos diferenciales de sus productos para competir por calidad. Como dice el saber popular, no está muerto quién pelea.
Sin embargo, está claro que una política pública que favorezca la expansión de las fronteras comerciales de los países, brindándole cierta estabilidad a las condiciones de demanda, son los acuerdos de libre comercio. Ahí entra el Estado brindando negociaciones referidas a la competitividad no asociadas al tipo de cambio, facilitando las condiciones para las empresas locales en las relaciones comerciales con otras economías. En estos casos, la intervención del Estado es inevitable, porque esas son las reglas de juego a nivel internacional y desviarse de estas puede traer costos que afecten la venta de nuestros productos y servicios al mundo. Igualmente, como vimos, no siempre es imposible lograr el objetivo de exportar a pesar de que las condiciones no sean las mejores posibles. En este sentido, la estabilidad interna y la flexibilidad sistémica para mejorar los niveles de productividad son cruciales.
Innovar para exportar
El economista Joseph Schumpeter decía, a principios del siglo pasado, que en verdad las empresas no compiten por el precio, sino que compiten por la tecnología. Si se piensa en estos términos, y enfocado a las exportaciones, la competencia con los otros países que también intentan vender sus productos al resto del planeta, es, en definitiva, por la tecnología incorporada en el valor agregado que hace que los productos y servicios sean más baratos o de mejor calidad y novedosos. Creo que hay que detenerse un momento en este punto si se quiere pensar el comercio exterior de nuestro país para los próximos años. Especialmente porque no se puede perder el tiempo en un mundo que mueve constantemente la frontera tecnológica hacia el adelante, lo que hace que tengamos que imprimirle a la carrera que corremos con ella mayor velocidad y precisión. Las consecuencias de estar ocupados en otras cosas las paga toda la sociedad bajando los niveles de desarrollo e incrementando brechas sociales que, tal vez en algún momento, estén lo suficientemente cristalizadas como para poder cerrarlas. Por eso creo que el ojo clínico y el enfoque de las políticas públicas, en la actualidad, están bien orientados en este sentido.
El comercio exterior hacia adelante
A la hora de proyectar nuestro perfil exportador, nuevamente, debemos pensar que una nación busca exportar para poder importar. Para eso tiene que venderle al resto del planeta lo que no tiene o no produce, o competirle por precio o por calidad (o por los dos). De lo contrario, deberíamos producir internamente todo lo que la gente quiere consumir, de la calidad que las familias pretenden y a un mejor precio que lo importable.
Está probado empíricamente, en muchos trabajos, que la apertura económica favorece el bienestar de la población y promueve la transferencia tecnológica que ayuda al desarrollo en un mundo que, a pesar de lo que parece, continúa en una globalización.
Fuente: www.NetNews.com.ar
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