El (¿eterno?) sueño de crecer por exportaciones
Crezco, luego existo
El punto de partida para medir la riqueza de un país es el PBI. Es sencillo visualizarlo: la cantidad de bienes y servicios que produce da la referencia de cuán rica es una nación. A partir de ahí, se desprenden el resto de las discusiones asociadas: desarrollo, pobreza, empleo, etc. Todas variables sociales fundamentales que hacen al planteo del desarrollo económico y social y que dependen del crecimiento.
La ecuación fundamental de la macroeconomía -imaginemos por un momento que es cerrada, es decir que no hay ni importaciones ni exportaciones- nos dice que la cantidad de bienes y servicios que genera una economía (oferta agregada local) se aplican, según su esencia, a las grandes categorías macroeconómicas de la demanda agregada local: o se consumen (consumo privado), o los aplica el gobierno (gasto público), o se invierten (inversión privada). Si el volumen de bienes y servicios que se producen dentro de una economía no alcanzan para satisfacer la demanda interna (consumo privado, gasto público o inversión), siempre pensando en una economía cerrada y no monetaria, habrá, necesariamente menor consumo privado, o gasto público, o inversión. O, las tres. Ahora, si abrimos la posibilidad de comprar y vender bienes y servicios a otras economías, ¿cuál sería el resultado?
La importancia del comerciar con el resto del planeta
Nos quedamos en que la cantidad de bienes y servicios que produce una economía es su medida de riqueza. En una economía cerrada, lo que se produce internamente es lo que se consumirá internamente. Si, en cambio, le permitimos a esa economía intercambiar bienes y servicios con el resto del mundo, consumir internamente más de lo que produce la economía es posible. Si todos estos bienes y servicios que van al consumo privado, al gasto público y a la inversión no se producen internamente, ahora pueden comprarse al exterior a través de las importaciones. Esto permite sostener un determinado nivel de consumo y aumentar la diversificación de productos y la competencia interna. Pero esa situación no es sostenible eternamente, ya que, en esta economía se está consumiendo más de lo que se produce y eso genera deuda agregada (pública y privada). En este caso también es importante evaluar qué tipos de bienes se compran del exterior, porque sólo los bienes de capital (inversión) permitirán aumentar la producción de bienes y servicios en el futuro para poder repagar la deuda que se generó. Entonces, mantener un cierto nivel de demanda interna sin aumentar la oferta solo se puede hacer comprando bienes y servicios que producen otras economías. Esto, básicamente, puede hacerse de dos formas: con deuda (compro hoy y lo devuelvo mañana) o vendiendo al resto del mundo parte de lo que se produce internamente (exportaciones). Acá radica la importancia del comercio exterior de una economía.
Exportar valor agregado: competitividad y productividad
Estos términos más generales y sencillos permiten abordar la compleja temática económica enfocándose en dos ejes centrales: el crecimiento (como base para el desarrollo económico) y las ventas al exterior (como base del crecimiento). Otra forma de verlo es que el valor agregado de las exportaciones sea mayor que el valor agregado de las importaciones; en otras palabras, el desafío de nuestro país es exportar valor agregado, es decir, exportar trabajo. Naturalmente, el sueño de todo hacedor de política pública es el de exportar mucho más que lo que se importa. Pero, en un mundo globalizado de cadenas de valor multinacionales, la posibilidad de exportar mayor valor agregado requiere competir con estructuras productivas más eficientes y dinámicas. La intención de vender al resto del mundo productos menos primarizados lleva a la necesidad de enfocarse en la competitividad y en la productividad sistémica para no depender de la competitividad cambiaria ni de que los términos de intercambio se tornen favorables. Para esto se necesitan reformas fundamentales que generen estructuras productivas modernas con alto nivel de inversión y desarrollo tecnológico que permitan saltos de productividad de modo de hacer más competitivo al valor agregado de exportación.
El mundo posCovid y la región.
Hace unos meses, la tapa de la prestigiosa revista británica The Economist se preguntaba, con la imagen de un mundo pelándose como una naranja, si era el fin de la globalización. Sin embargo, el proceso de globalización luce como más irreversible de lo que la crisis sanitaria podría mostrar. Si bien la crisis desatada por la caída de Lehman Brothers y los procesos políticos posteriores mostraron cierta ralentización del proceso de globalización -por ejemplo, el comercio mundial crecía a una tasa que duplicaba a la del crecimiento del PBI mundial en la precrisis y luego ambas tasas convergieron-, es difícil pensar que los tejidos productivos internacionales -vistas como cadenas de valor globales- puedan desmontarse fácilmente y revertir procesos de especialización a nivel internacional que permitieron la colaboración y beneficios mutuos. Es cierto que el enfoque político, en especial el de las dos principales potencias mundiales, ha ejercido cierta presión para virar del multilateralismo al bilateralismo, pero también es cierto que ese ciclo muestra los comienzos del fin y no hay que desenfocarse en China y el grupo ASEAN, que, de acuerdo a las últimas proyecciones del FMI será el que empuje la economía mundial en 2021. En este sentido, hay que destacar la reciente firma del acuerdo comercial más grande de la historia: La Asociación Económica Integral Regional.
Para los países de la región habrá grandes desafíos y grandes oportunidades. Las oportunidades, como se dijo, parecen enfocarse en los países orientales que generarán demanda de las exportaciones regionales, especialmente las de alimentos, que podría iniciar un nuevo (¿súper?) ciclo de commodities. Los desafíos de la región están, por un lado, en el peligro de reprimarizar las exportaciones por este aumento de la demanda de alimentos. Por el otro, la crisis sanitaria desatada por la pandemia ha provocado un shock exógeno de efectos aún de alcance incierto, pero, en principio, puede decirse que generará saltos de productividad por la mayor velocidad de incorporación de la tecnología disponible a los procesos productivos. Esto, si se entiende bien, podría generar brechas mayores entre los países que tienen un mejor marco macroeconómico e institucional y los que tardarán más en adoptar las nuevas formas de producción y trabajo. De hecho, las economías de la región tendrán, también, un desafío fronteras adentro, dado que no todos los sectores productivos ni las capas poblacionales están igualmente preparadas para afrontar esta aceleración tecnológica. Podría decirse que acá radica la necesidad de actuar rápido para evitar que el mundo posCovid se convierta en un mundo de brechas profundas.
Por Matías Bolis Wilson. Economista.
Fuente: www.NetNews.com.ar
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