Miércoles, 05 de Noviembre de 2025 | 12:42

El imperio de los minerales: China y el nuevo orden del comercio global

Beatriz Cáceres Por Beatriz Cáceres
Consultora en Comercio Internacional. Estrategias de Exportación para Empresas de Servicios. LinkedIn Top Voice

Durante más de un siglo, las potencias mundiales libraron fuertes disputas por el petróleo, un recurso que definió la economía y las guerras del siglo XX. Hoy, la batalla global por los recursos se ha trasladado silenciosamente a un nuevo frente: los minerales críticos. El litio, el cobalto, el grafito y el opaco grupo de las "tierras raras" son el nuevo oro estratégico, y China, en una jugada maestra de anticipación industrial, ha construido un auténtico imperio sobre ellos.

 

Estos materiales no son commodities comunes. Son el alma de la economía moderna. Sin ellos, no hay vehículos eléctricos, ni aerogeneradores, ni smartphones, ni sistemas de misiles guiados. Son la base física de la transición verde y la revolución digital. Quien controla su suministro, tiene una palanca de poder sobre el futuro industrial de sus rivales.

Pekín lo entendió hace décadas. Ahora, su dominio casi absoluto en la cadena de procesamiento se ha convertido en una herramienta geoeconómica de primer orden, con profundas implicaciones para el comercio global. En las capitales occidentales, la inquietud ha dado paso a una alarma apenas disimulada: ven peligrar su acceso a las materias primas fundamentales de las que depende su propia prosperidad.

 

La anatomía de un imperio

Las cifras del dominio chino son elocuentes y dibujan un panorama de dependencia casi total. El caso más emblemático es el de las tierras raras, un grupo de 17 elementos indispensables para imanes de alta potencia y electrónica avanzada. Pekín no solo extrae cerca de dos tercios de la oferta mundial, sino que su verdadero poder reside en el siguiente paso: controla alrededor del 90% del refinamiento global.

En otras palabras, incluso si un país como Estados Unidos o Australia logra extraer el mineral en bruto de su suelo, casi con seguridad debe enviarlo a China para su procesamiento y purificación. Sin el sello de una refinería china, el mineral es poco más que una roca.

Esta primacía se extiende a toda la cadena de valor de la energía limpia. China refina más del 90% del grafito mundial, un componente insustituible para los ánodos de las baterías de iones de litio. Controla, además, aproximadamente dos tercios de la capacidad global de procesamiento de litio y cobalto.

El resultado es una integración vertical, desde la mina hasta la batería terminada, que le da a Pekín un control sin precedentes sobre el cuello de botella de la industria.

La clave de esta hegemonía no está solo en la extracción, sino en una apuesta estratégica por el paso industrial más crítico y menos deseado: el refinado. Como ha señalado el economista Philippe Chalmin, “lo estratégico es más el refinamiento que la mina”. Y fue allí donde China concentró sus esfuerzos.

Mientras Estados Unidos y Europa deslocalizaban las actividades minero-metalúrgicas más contaminantes y de bajo margen durante las décadas de 1980 y 1990, China las acogió. Ofreció costos bajos y regulaciones ambientales laxas, absorbiendo industrias enteras. Al hacerlo, no solo acaparó el mercado, sino que desarrolló un know-how técnico y una capacidad instalada que hoy son casi imposibles de replicar. Abrir nuevas minas o refinerías en Occidente lleva años, requiere inversiones colosales y enfrenta una montaña de oposición pública y trabas regulatorias.

 

"Mientras Estados Unidos y Europa deslocalizaban las actividades minero-metalúrgicas más contaminantes y de bajo margen durante las décadas de 1980 y 1990, China las acogió"

 

 

Minerales críticos como arma geoeconómica

 

Este dominio industrial no es meramente económico; se ha transformado en una potente arma política. Pekín ha dejado claro que está dispuesto a usar su control como moneda de negociación e incluso, como advirtió la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, “como arma para golpear a los competidores en industrias clave”.

Los antecedentes son claros y no dejan lugar a dudas. En 2010, Pekín vetó abruptamente las ventas de tierras raras a Japón en medio de una disputa territorial, paralizando temporalmente la producción de alta tecnología nipona.

Más recientemente, en plena guerra comercial con Estados Unidos, China contraatacó las sanciones occidentales a sus semiconductores restringiendo las exportaciones de insumos clave como el galio, el germanio y el grafito. La táctica fue quirúrgica. En un momento dado, impuso licencias para la venta de siete óxidos de tierras raras, provocando una caída del 77% en sus exportaciones en solo dos meses y poniendo en serios aprietos a la industria automotriz global.

Bajo este panorama, Washington se vio obligado a recalibrar su postura. Diversos analistas señalan que la capacidad demostrada de China de “estrangular a voluntad” el acceso estadounidense a minerales esenciales le otorgó a Pekín una ventaja vital en las negociaciones arancelarias. De hecho, el poderío chino en materiales estratégicos fue un factor clave para que la administración de Donald Trump, según estas interpretaciones, acabara moderando su guerra comercial y levantando algunas trabas a la exportación de microchips hacia China. En la práctica, Pekín había ganado un as bajo la manga en su pulso con la Casa Blanca.

La reacción en Occidente ha sido de urgencia, aunque tardía. Estados Unidos ha empezado a invertir en producción doméstica, como su participación en la minera de tierras raras MP Materials. La Unión Europea, por su parte, aprobó en 2023 su Ley de Materias Primas Críticas (CRMA), un ambicioso plan para incentivar proyectos mineros y de refinado en suelo propio. Se exploran consorcios con aliados, compras conjuntas e incluso la creación de reservas estratégicas.

Aun así, romper la dependencia de China no será rápido ni barato. Persisten profundos rezagos tecnológicos y los altos estándares ambientales en Occidente dificultan escalar la producción fuera de territorio chino.

 

La transición energética, en juego

La batalla por estos recursos trasciende la geopolítica inmediata y toca el corazón de la transición energética global. Las tecnologías limpias como los vehículos eléctricos o la energía eólica son, en esencia, máquinas construidas con minerales.

Se estima, por ejemplo, que para el año 2050 la demanda mundial de tierras raras podría multiplicarse por diez. Aún más dramático: se calcula que harán falta 60 veces más litio del que se consume actualmente para satisfacer la electrificación masiva del transporte.

Si la oferta no acompaña ese salto exponencial, o si su acceso se ve perturbado por tensiones geopolíticas, los objetivos climáticos firmados en París podrían peligrar seriamente. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) lo ha advertido en repetidas ocasiones: concentrar la producción y el procesamiento de estos minerales vitales en unos pocos países supone un serio riesgo para la seguridad energética mundial, similar o incluso superior al que se vivió con el petróleo.

 

 "concentrar la producción y el procesamiento de estos minerales vitales en unos pocos países supone un serio riesgo para la seguridad energética mundial, similar o incluso superior al que se vivió con el petróleo"

 

 

América Latina: entre la oportunidad y la dependencia

 

En este nuevo orden mineral, la abundancia de recursos coloca a América Latina en una posición clave. Países como Chile y Argentina ya son responsables de aproximadamente un tercio de la producción mundial de litio. La región, además, cuenta con vastas reservas de cobre (esencial para la electrificación) y otros minerales estratégicos.

Esta riqueza ha atraído un intenso y focalizado interés de China. Se estima que cerca del 73% de la inversión directa china en Latinoamérica se ha dirigido precisamente al sector extractivo. Empresas chinas han tomado posiciones en proyectos clave que van desde minas de cobre en Perú hasta los estratégicos salares de litio en Argentina, Bolivia y Chile, el llamado "triángulo del litio", que alberga casi la mitad de las reservas mundiales.

Para América Latina, el auge de los minerales críticos supone una promesa y un desafío histórico. Por un lado, la transición energética global podría traducirse en una demanda sostenida de sus materias primas, aportando ingresos y desarrollo. Por otro, existe el riesgo latente de perpetuar un modelo extractivista de escaso valor agregado, una repetición de viejas historias de dependencia.

Conscientes de ello, varios gobiernos de la región buscan un mayor control. Chile, por ejemplo, lanzó en 2023 su Estrategia Nacional del Litio, diseñada para que el Estado tenga participación mayoritaria en nuevos proyectos. México y Bolivia han optado por la nacionalización de este recurso, mientras que Argentina impone cada vez más condiciones para fomentar el procesamiento local.

El objetivo es común: no quedarse solo en la extracción. El desafío es desarrollar industrias locales, como la fabricación de cátodos o baterías, que capturen una porción mayor del valor de una industria multimillonaria.

En suma, la pugna por estos materiales está redefiniendo las reglas del comercio global. China, al erigir su imperio mineral, ha ganado una influencia que se siente desde las fábricas de Detroit hasta los foros diplomáticos de Bruselas. Detrás de cada vehículo eléctrico y turbina eólica subyace esta realidad: la transición verde y la economía digital dependen de insumos hoy bajo la órbita de Pekín. Esto obliga a potencias y economías emergentes a replantear sus estrategias de cooperación, inversión y seguridad de suministro. En el siglo XXI, quien domina los minerales críticos marca, en buena medida, las reglas del juego

 

 

Fuente: www.NetNews.com.ar

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COMERCIO EXTERIOR | 05.11.2025

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