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ECONOMÍA 25.07.2018

La renta universal, más allá de la utopía

Imaginemos un país en el que el Estado cubre los costes básicos de la vida para todos los ciudadanos. Ricos, pobres, empleados, desempleados, autónomos: todos obtienen la misma cantidad de dinero, todos los meses. El sistema de bienestar rígido, en el que las prestaciones están tan condicionadas, es algo del pasado. En una economía moderna y dinámica ya no es ningún problema que una persona trabaje durante un tiempo y durante otro no.

 

Por no hablar de otras ventajas de un mundo así: las mujeres tienen independencia económica, les es más fácil dejar a una pareja violenta, la salud de la población en general mejora, la gente tiene más tiempo libre para pasarlo con su familia o para ayudar a sus padres, que viven más años y necesitan que cuiden de ellos. Así como el principio del Estado del bienestar fue uno de los elementos característicos del mundo desarrollado tras la Segunda Guerra Mundial, este nuevo principio definirá el Estado en el siglo XXI. O no.

Numerosos partidos políticos alternativos y organizaciones de la sociedad civil defienden la idea de la renta universal desde hace décadas. Los experimentos de una renta básica de alcance limitado en India y Brasil han demostrado que los estereotipos de que los subsidios hacen que las personas estén menos motivadas no son ciertos. India está estudiando planes para instaurar una renta básica universal —o casi universal— en todo el país con el fin de reducir la pobreza.

 

Numerosos partidos políticos alternativos y organizaciones de la sociedad civil defienden el concepto de la renta universal desde hace décadas. La idea es que tener una renta garantizada da a la gente una sensación de estabilidad y le ayuda a pagar los costes de cuidar de los hijos o ir a trabajar. Se trata de que los ciudadanos en paro sigan recibiendo ayuda económica incluso cuando encuentren empleo. Un experimento con un grupo de participantes en Alemania, que recibieron durante un año 1.000 euros mensuales cada uno, demostró que ninguno se había quedado en casa sin hacer nada, tirado en el sofá y viendo la televisión. Uno dejó un puesto muy mal remunerado y se inscribió en cursos de formación. Otro dedicó ese tiempo a recibir tratamiento para una enfermedad que padecía desde hacía tiempo. Los demás, en su mayoría, siguieron trabajando o encontraron empleo. Todos dijeron que dormían mejor, habían dejado de sufrir estrés y podían pasar más tiempo con la familia. En la ciudad holandesa de Utrecht se ha llevado a cabo un experimento similar.

Y luego está Finlandia, donde 2.000 personas escogidas de forma aleatoria están recibiendo una renta básica de 560 euros al mes durante dos años. Sustituye a su prestación de desempleo, pero seguirán recibiendo los beneficios incluso aunque encuentren trabajo. La esperanza es que el programa anime a la gente a encontrar empleo a tiempo parcial, por lo menos, sin tener que preocuparse por perder las prestaciones. La mayoría de los finlandeses está a favor de la idea, pero también existen muchos escépticos. Los suizos rechazaron en referéndum por inmensa mayoría el pasado año la propuesta de renta básica universal. Una de las razones por las que votaron “No” fue que se propuso una cantidad demasiado alta: 2.500 francos suizos más 625 francos por cada hijo. Incluso en Estados Unidos, la idea de la renta universal está ganando terreno. Los experimentos en este sentido en algunas ciudades estadounidenses han demostrado que disminuían los ingresos hospitalarios y aumentaba la asistencia a clase en los colegios.

 

El concepto de renta universal

La idea de la renta básica está extendiéndose ahora, pero no es nueva, desde luego. La planteó por primera vez la Utopía de Tomás Moro en 1516, y la desarrolló con más detalle el valenciano Juan Luis Vives en 1526. En su carta al alcalde de la ciudad belga de Brujas, donde vivía en aquella época, Vives propuso que el gobierno municipal asumiera la responsabilidad de garantizar un salario mínimo de subsistencia para todos los residentes, especialmente los pobres. La diferencia entre las propuestas de Vives y las actuales es que él pensaba que una persona pobre debía hacerse merecedor de la ayuda probando que estaba dispuesto a trabajar, que es como suelen funcionar los sistemas de prestaciones modernos. El siguiente en defender la idea de la renta universal fue Thomas Paine en el siglo XVIII, y más tarde lo hicieron grandes pensadores como Friedrich Hayek, Martin Luther King y Milton Friedman. Incluso el gobierno de Nixon, en los 70, quiso estudiarla.

Los teóricos de la renta básica universal, como Philippe Van Parijs y Yannick Vanderborght, la definen como una renta incondicional que se garantiza a todos los miembros de una sociedad de forma individual, sin necesidad de comprobar sus recursos ni cumplir un requisito de empleo. En su opinión, esas tres características hacen que la renta básica pueda ser la forma más emancipadora de combatir el desempleo sin perpetuar la pobreza. Thomas Pogge, por el contrario, dice que, al menos al principio, sería más lógico partir de la idea de la renta incondicional para proteger mejor a la mitad más desfavorecida de la humanidad. Opina que habría dos elementos: los pobres decidirían por sí mismos cómo dar prioridad a sus distintas necesidades y el gasto de los beneficiarios sería sobre todo local, de modo que, con la nueva demanda de alimentos, vivienda, etcétera, se crearía un efecto multiplicador, aumentaría el empleo local y subirían los salarios. Otros defensores destacados de la idea son Alex Williams y Nick Srnicek, autores de Inventing the Future: Postcapitalism and a World Without Work. En una entrevista, Srnicek insiste en que la idea solo puede funcionar si no existen condiciones ni discriminación.

 

Estupendo. ¿Pero quién va a pagar la factura?

En los países ricos, el Estado del bienestar es un mecanismo que protege al individuo de las fuerzas destructivas del capitalismo. Es un pacto que permite a la clase dirigente tener paz en las calles y dedicar toda su atención a obtener más beneficios. Las prestaciones sociales incluyen un montón de condiciones. Y ese es el problema, dicen los detractores del capitalismo. Es un sistema en el que el progreso tiene sus raíces en el miedo, el temor a perder el puesto de trabajo, los ingresos, la vivienda, la cobertura sanitaria… ¿Qué Estado capitalista puede permitirse no utilizar ese palo? Y, para ser realistas, ¿qué Estado puede permitirse pagar a sus ciudadanos sin tener en cuenta si trabajan y contribuyen a la sociedad o no?

Los defensores de la renta universal dicen que todos los Estados pueden hacerlo, pero, por supuesto, para los más ricos es más fácil que para los demás porque les resultaría sencillo redistribuir los beneficios. Los ricos pagarían más impuestos, o tendrían menos beneficios fiscales, de forma que, a la hora de la verdad, pagarían sus prestaciones.

 

La clave está en la automatización. Los robots van a llevar a cabo cada vez más tareas, sobre todo en los países desarrollados. Muchos puestos de trabajo, en todos los sectores, desde el comercio hasta la justicia, acabarán sustituidos por robots o algoritmos. Habrá una nueva clase formada por personas que no solo no tendrán empleo sino que, más importante, no podrán tenerlo. El salto necesario para pasar de trabajar, por ejemplo, en una fábrica —donde casi todos los puestos desaparecerán—, a diseñar esos robots —para lo que se necesitará seguramente mucha gente—, será demasiado grande para que puedan darlo. Por eso surgen cada vez más peticiones de que se cree un “impuesto a los robots”. Esa contribución ayudaría a financiar la reeducación de los trabajadores que han quedado en el paro o a proporcionarles una renta básica. La idea cuenta con el apoyo del que fue el candidato socialista a la presidencia de Francia, Benoît Hamon, e incluso de Bill Gates.

 

Escepticismo

En este nuevo reparto todos recibirán la misma cantidad, lo que significa que los de más abajo, que suelen obtener la mayor parte del pastel de las prestaciones, perderán un poco. Pero tendrán estabilidad. Además, se prevé que los costes sanitarios bajarán. Y no hay que olvidar que el coste de la gigantesca burocracia necesaria para gestionar el Estado del bienestar también se reducirá o incluso desaparecerá por completo. En definitiva, la sociedad, en su conjunto, no gastará ni más ni menos dinero que antes en las prestaciones sociales. Pero la gente acabará viviendo mejor.

Los escépticos, sobre todo los de la derecha, creen que la renta básica universal -RBU- quitará incentivos para que la gente trabaje. Oren Cass, del Manhattan Institute, señala que la eliminación de los incentivos para trabajar tendrá una profunda repercusión en la sociedad, porque tener empleo y mantener a la familia es lo que da sentido a la existencia de muchas personas. Al economista canadiense Kevin Milligan le preocupa que, con una renta garantizada, muchas personas adapten sus hábitos laborales y se limiten a trabajar menos que antes, lo cual haría que aumentase el coste del programa. La “trinidad de la renta básica” —unas grandes transferencias básicas, el mismo coste que el sistema de prestaciones actual y unos incentivos mejores para trabajar— es imposible, según los escépticos. Una sociedad solo puede tener dos de esos elementos de forma simultánea, pero nunca los tres.

El semanario The Economist muestra su escepticismo sobre la supuesta amenaza que representan las máquinas. Cree que la automatización puede acabar siendo un caso más de transferencia de trabajo, como sucedió con el paso del campo a la fábrica. La revista también muestra su inquietud por la eliminación de las condiciones del actual Estado del bienestar y añade que la introducción de la RBU seguramente terminaría con las fronteras abiertas, porque cada Estado tendría su propio programa y la gente correría a los países que ofrecieran más ventajas.

¿Quién tiene razón? Ya veremos. Los primeros datos parecen prometedores para los defensores de la RBU, pero nada más. Las economías desarrolladas suelen ser democracias. Los votantes, en particular los conservadores, ven la idea con escepticismo. No parece que vaya a haber muchos cambios a corto plazo. No obstante, está claro que el concepto de la renta básica universal está adquiriendo cuerpo. Ahora que estamos empezando a recuperarnos de una de las mayores crisis económicas de la historia moderna, seguida de un resurgimiento del populismo, resulta cada vez más evidente que no podemos seguir como estamos. Debemos buscar modelos nuevos como sea.

 

 

 

 

www.NetNews.com.ar

 

Fuente: Aleksandar Kocic

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