Fatiga en cuarentena: cuando nuestros recursos se agotan, y nosotros también
Por Pablo López. Psicólogo y Director Académico de Fundación INECO.
Nuestras rutinas nos permiten anticipación y estabilidad. A raíz de la pandemia y las medidas de aislamiento estas se vieron modificadas. La cuarentena nos llevó a una reducción de nuestros esfuerzos físicos, pero nuestra mente se enfrentó con nuevas demadas de alta atención prolongadas en el tiempo. La tensión entre las demandas de la situación y los recursos de las personas para hacer frente a ellas se traducen en un sobreesfuerzo cognitivo. El conflicto surge cuando este empieza a afectar nuestra capacidad y rendimiento al momento de llevar adelante múltiples tareas.
Al inicio hemos desarrollado una gran labor para adecuar las actividades diarias personales, laborales, parentales, etc. De pronto nos encontramos todo el día en casa, trabajando, estudiando, haciendo ejercicio y relacionándonos con otros. Este gran esfuerzo, en el corto plazo, nos permitió adaptarnos a las nuevas circunstancias, pero nuestros recursos son limitados y, ante una demanda sostenida en el tiempo, nos empezamos a sentir agotados.
La fatiga mental tiene un rol importante a mediano plazo y se puede describir como aquel esfuerzo atencional o cognitivo prolongado, que lleva a una sobrecarga o agotamiento. Un ejemplo de este agotamiento progresivo puede ser el entusiasmo que tenían las personas en las primeras instancias de la cuarentena para organizar reuniones por videollamadas, o de salir a correr una vez habilitada la actividad, y luego la dificultad de sostenerlo en el tiempo.
Los principales síntomas de la fatiga cognitiva son la somnolencia, la incapacidad de concentración y la dificultad para “procesar” tareas a realizar. Es muy importante tratar de combatirla porque esta puede volverse un síndrome de fatiga crónica, y en ese caso, tener incidencia en cuestiones físicas y de regulación emocional. Pueden presentarse dolores musculares, de cabeza, angustia, dificultades en la memoria, sueño no reparador, como también tornarse propensos a problemas de salud mental y física a mediano plazo.
Algunos de los factores que se asocian con esta condición son la disminución de la interacción social y la pérdida del interés en general en todas las actividades a realizar. Ambas son cuestiones que podríamos considerar como consecuencias de la combinación entre el contexto de pandemia y las medidas prolongadas de aislamiento. Además, en lo que refiere a lo laboral, los momentos de trabajo y de descanso han perdido la clara delimitación que tenían previo a la pandemia, y aquello también lleva a una sensación de estar sobrecargado permanentemente.
Para poder hacer frente a la fatiga cognitiva requerimos de cierta reorganización de nuestros hábitos. Existen tres pilares fundamentales en nuestra salud: alimentación saludable, ejercicio físico regular y el buen dormir. Cuando la fatiga se instala, más se exacerban las alteraciones en los tres pilares.
La mala nutrición contribuye a la fatiga. Asimismo, esta se asocia con un mayor consumo del alcohol. Recíprocamente, el aumento del consumo de alcohol, depresor del sistema nervioso, podría ser una consecuencia de la fatiga y la tensión mental. El aburrimiento y el estrés son amenazas que podrían llevar a perder el patrón habitual y adoptar malos hábitos, como comer en exceso o picar.
Los estudios indican que la falta de ejercicio recreativo también se asocia con la fatiga. Es posible que los cambios de las rutinas y la necesidad de una elevada autodisciplina hayan dificultado encontrar el tiempo o la energía para hacer ejercicio. Pero, al mismo tiempo, la falta de ejercicio podría provocar dolores musculares, un deterioro de la salud y el bienestar, cuestiones que se asocian directamente con la fatiga. Por ese motivo, es recomendable comenzar de a poco a retomar el hábito, por ejemplo subiendo y bajando escaleras o saliendo a caminar. No es necesario pensar en un ejercicio físico altamente intenso.
El sueño es el otro pilar seriamente afectado. Si bien los estudios describen un aumento de las horas destinadas a dormir, la calidad del sueño se ha lesionado. La presencia de pesadillas, sueños vívidos y los cambios en los horarios para dormir han afectado la función restauradora del sueño. Regular las horas de sueño será clave como también establecer espacios claros de descanso y que los mismos no surjan a medida que realizamos nuestras actividades.
Por último, las estrategias basadas en la meditación como mindfulness, orientadas a la reducción de al ansiedad y a la mejora del ánimo, permitirán cierta regulación emocional.
La convivencia con el Covid-19 aún no tiene fecha de expiración y por esa razón debemos aceptar nuestras nuevas rutinas y trabajar en establecer los tres pilares de nuestra salud. Sin emargo, es necesario comprender que estos procesos llevan un tiempo determinado y no se resuelven de un momento para otro. Por ello es importante realizar ejercicios progresivos, ganar confianza y de esa forma se generará un círculo virtuoso que contribuirá a recuperar la columna vertebral del bienestar.
Fuente: www.NetNews.com.ar
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