Científica Argentina recibe el Premio John Bernal
Se trata de Hebe Vessuri, científica del CONICET, que fue distinguida en el área de la Ciencia, la Tecnología y la Sociedad por su contribución al campo. Es la primer sudamericana en recibir el galardón
La Dra. Hebe Vessuri, antropóloga investigadora principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), ha sido distinguida con el Premio John D. Bernal de la Society for Social Studies of Science (4S), que se otorga anualmente a un académico que haya hecho una contribución fundamental en el campo de la Ciencia, la Tecnología y la Sociedad (CTS). Cabe destacar que es la primera vez que este premio se otorga a un investigador que no pertenezca a Europa o a los Estados Unidos.
-¿Por qué decidió ser científica?
-No fue una decisión sino una evolución a partir de inquietudes permanentes relacionadas con un sentimiento muy básico de curiosidad y deseo de entender el mundo, que siempre me llevó a explorar temas particulares. Así, me acuerdo que cuando entré a la Facultad de Filosofía y Letras en la UBA en 1962, ya en el curso introductorio de literatura con Ana Maria Barrenechea decidí que iba a hacer mi tesis de licenciatura sobre Los nombres de Cristo de Fray Luis de León. Sin embargo, me fui enseguida de Argentina a estudiar a Inglaterra así que nunca hice esa tesis, pero la inquietud de investigar ya estaba allí. Además, me había acostumbrado a estudiar sola para preparar los exámenes de cuarto y quinto año del bachillerato que rendí libre porque me impacientaba estar en la escuela secundaria. Claro que mi mamá, preocupada cuando dejé la escuela, me exigió que fuera a trabajar (mientras estudiaba en mi casa). Así que estudié y trabajé desde los 16 años. Y a los 19 me fui a Inglaterra.
– ¿Cómo comenzó la investigación sobre su tema de estudio?
–A los 18 años comencé a estudiar la carrera de Letras en la UBA e hice una inscripción simultánea en Antropología aunque no llegué a terminar el primer año de esa carrera allí; muy pronto me fui a Inglaterra e ingresé en Oxford en Antropología donde mi tutor fue el gran Edward Evans-Pritchard. Allá estudié Antropología Social e hice mi tesis de maestría con Rodney Needham sobre los Bororo del Mato Grosso-Brasil, y la tesis de doctorado sobre el campesinado sin tierra en la zona de riego del Río Dulce, en Santiago del Estero, Argentina, bajo la supervisión de David Maybury-Lewis y Ramond Carr. De Inglaterra en 1966 pasé a Canadá donde hice docencia en universidades canadienses mientras estudiaba para mi doctorado en Inglaterra con una beca del Canada Council.
Regresé a Argentina en 1971 y fui a trabajar a la Universidad Nacional de Tucumán, desarrollando una línea de investigación referida a la organización familiar y laboral entre los obreros rurales de los ingenios azucareros en esa provincia.
En 1976 me trasladé a Venezuela acompañando en el exilio a mi esposo que también era antropólogo e investigador del INTA, y por azar caí en un área de trabajo sobre política y transferencia de tecnología en el Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES) de la Universidad Central de Venezuela donde también estaba, entre otros argentinos, el Dr Manuel Sadosky. Comencé trabajando sobre formas de organización tecnológica en la agricultura venezolana, el sistema de roza y quema, la reforma agraria, la explotación agrícola familiar. Un par de años más tarde ya estaba trabajando en firme en los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, en un compromiso formal con la institución de desarrollar un programa de posgrado en ese campo y el programa de investigación correspondiente. De esa forma, el CENDES tuvo el primer programa de estudios CTS en América Latina, con colegas venezolanos que acaban de regresar del SPRU (Science Policy Research Unit) en la Universidad de Sussex. Llevé profesores visitantes de Inglaterrra, Francia, Canadá, Colombia y Brasil para que nos asesoraran, y logré firmar un Convenio inter-institucional CENDES-CONICIT por diez años para desarrollar el área de Ciencia y Tecnología en esa institución.
Fue un período enormemente creativo en un medio local abierto y ávido de cambios. Recuerdo que mi primera investigación en esa área fue el estudio de la institucionalización de la Catálisis en Venezuela, que parecía muy relevante para un país petrolero. A ese estudio siguieron muchos otras investigaciones, en la que fui tratando de incorporar a estudiantes que serían los futuros investigadores CTS de Venezuela.
-¿Cuál es la dimensión social de la ciencia y la tecnología a lo largo de la historia, y actualmente?
-La ciencia en Argentina ha resurgido en el siglo XXI después de varias décadas de destrucción y éxodo de buena parte de su potencial humano de relevo, lo que resultó en tremendos huecos y non sequiturs que todavía se observan en la institucionalidad científica en el presente y que marcan un paisaje de modernidad y sofisticación coexistiendo con abismos profundos de atraso o carencia. Celebro el resurgimiento y los logros alcanzados, especialmente en la recuperación de la actividad científica como compromiso de vida, con dedicaciones exclusivas y crecimiento de nuevas generaciones de científicos a través de los varios planes públicos de formación y perfeccionamiento, la reconstrucción de la misión de investigación como parte consustancial de la vida universitaria, aunque falta mucho por consolidar y desarrollar. La Argentina ha venido haciendo esfuerzos para una retomada rápida de desarrollos que en décadas pasadas se han venido dando en otros países de la región que siguieron avanzando cuando Argentina quedó rezagada. No debería perderse el impulso porque sin el respaldo público y privado adecuados se corre el riesgo de perder los logros rápidamente y en un mundo globalizado la circulación de competencias nos haría perder talentos valiosos que el país pudiera aprovechar mejor. Ha habido fuertes avances en el acercamiento de la ciencia a la sociedad, sin embargo es necesario trabajar en múltiples frentes con programas claros y de mediana y larga duración que no se interrumpan por procesos o resultados electorales.
La expansión y aceleración de la interconectividad global tiene implicaciones socioeconómicas e ideacionales significativas que reconfiguran el sistema internacional. El mundo ha entrado en una era nueva y la institución científica también ha cambiado. No es la misma que a mediados del siglo XX, se hace y funciona en una realidad muy diferente. La actual narrativa descriptiva del conocimiento la muestra como una red con múltiples nodos y conexiones, y como un sistema dinámico muy diferente de la noción común hace unas pocas décadas de una estructura básica lineal de retórica disciplinaria. La metáfora de unidad, junto con los valores de universalidad y típicos del pasado reciente han sido en buena medida reemplazados por otras que enfatizan la pluralidad y la relacionalidad en un mundo complejo. Las formas de evaluación de la actividad científica en el ámbito internacional están cambiando de manera acorde. Acá observo también intentos de cambio en ese sentido, aunque todavía demasiado tímidos y que reflejan un sistema tradicional y burocratizado que puede eventualmente frustrar vocaciones y talentos.
"La ciencia en Argentina ha resurgido en el siglo XXI después de varias décadas de destrucción"
-¿Cómo supo que había sido galardonada con el premio John D. Bernal?
–Recibí un mensaje por correo electrónico de la presidenta de la Society for the Social Study of Science (4S). No tenía la menor idea de que hubiera sido nominada al Premio por algunas personas. Y en todo caso sigo sin saber quiénes fueron. Fue un momento de alegría y satisfacción para mí pues representa el reconocimiento de un esfuerzo sostenido por muchos años desde los márgenes donde siempre considero que he estado, tratando de lograr entusiasmar a otros, jóvenes y viejos, a que trataran de entender las complejas relaciones de la ciencia, sus disciplinas, formas de organización, epistemologías, métodos y estructuras cognitivas con las culturas y sociedades humanas de las que son parte. En particular me interesó estudiar las causas de lo que parecía el fracaso persistente de construir sociedades modernas, abiertas, más equitativas en América Latina. El papel de los científicos y de la ciencia en todo esto prometía ofrecer algunas claves para entender, especialmente en escenarios como Venezuela, mi país de adopción en la década de los setenta, en el contexto de una “nueva” democracia plena de entusiasmo y creatividad, así como de mi país de origen, la Argentina, golpeado por los oscuros años de la dictadura y la represión. Descubrí que los científicos estaban genuinamente interesados en discutir el futuro del país y de la región. De una u otra forma, esta preocupación por entender el rol de la ciencia y de los científicos en el mundo en desarrollo me ha acompañado desde entonces.
He trabajado sobre jerarquía y estratificación en la organización social de la ciencia, las modalidades del quehacer científico en las periferias del mundo en desarrollo y las estrategias de los científicos en los países del sur global para hacer visible su trabajo. Una premisa de mi trabajo ha sido estudiar el dilema entre o bien usar/hacer ciencia para responder a los desafíos de las sociedades locales o bien el intento de científicos por integrarse potencialmente a la corriente principal de la ciencia siguiendo las agendas internacionales. Me ha guiado el reconocimiento de que el conocimiento está “situado”, y he tratado de estudiar algunas de las trampas del juego de la ciencia internacional complicado por las reglas de las estructuras de financiamiento y la filantropía. Una y otra vez me sorprendí dándome cuenta que comunidades científicas del Norte, más fuertes, redescubrían ideas propuestas y discutidas por grupos de científicos en al Sur global, que en el camino perdían el rastro de su origen por la “invisibilidad” de la ciencia más allá de los centros mundiales.
Pienso que el tener una relación particular con “lo nacional” porque tuve que exiliarme tempranamente de mi país y porque a pesar de que me incorporé en cuerpo y alma a Venezuela siempre me sentí extranjera allí, al igual que en Brasil, Canadá, Inglaterra, México y en todos los lugares donde me tocó vivir en algún momento, me ayudó a desenvolverme en agencias, comisiones y programas internacionales con una visión creo que tal vez más genuinamente internacional y universal, advirtiendo diferencias, asimetrías y elementos compartidos. Siempre me sentí latinoamericana y traté de entender lo que eso significa en el concierto dinámico de naciones y bloques mundiales. Como una constante de mi trabajo, desde mi tesis de doctorado sobre los temas de igualdad y jerarquía en un campesinado pobre en Santiago del Estero, he tratado de explorar las formas y causas de las desigualdades, asimetrías e inequidades en la búsqueda de un mundo mejor.
Ahora, desde el Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas del CONICET, donde me he encontrado con un grupo excelente de colegas más jóvenes, quiero acercarme a diversos “sitios” de conocimiento en esa vasta región, para conocer cómo viven científicos, ingenieros, técnicos, profesores, obreros, empresarios. Todos son necesarios, todos son valiosos para construir un país, una región, una comunidad.
-Es la primera vez que se otorga este galardón a un investigador por fuera de Europa y Estados Unidos, ¿por qué cree que es así?
-Creo que tal vez sea que, como lo manifiesto en mi nota de aceptación del premio, “con el tiempo se vuelve genuinamente posible un esfuerzo más internacional a través del cultivo de la diversidad”. Me reconforta que tal vez signifique que las distancias se van disolviendo y perdamos los miedos a medida que conozcamos mejor a quienes son diferentes de nosotros. Tenemos un maravilloso idioma, el castellano, que nos une aunque también nos separa en un mundo globalizado que se comunica en inglés. Sin embargo, es cada día más fácil aprender nuevas lenguas y se vuelve cada día más factible contar con traductores automáticos que contribuyen a vencer las barreras idiomáticas, que tanto han impedido que se conozca mejor la producción intelectual de la región. Creo que al darme el Premio Bernal se reconoce la existencia y avances de una comunidad de investigación en América Latina que habla español y portugués y que aporta al caudal común del conocimiento en el campo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología.
Fuente: CONICET
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