Firmamos todo, no cumplimos nada

Titular Puls Media
Tratados ambientales hay de sobra. Lo que falta es voluntad política y memoria institucional para aplicarlos.
Argentina es un firmante serial de tratados internacionales. Pasión argenta.Desde los tiempos del papel calco y la máquina de escribir, nuestro país ha estampado su rúbrica en cuanto compromiso ambiental ande dando vueltas por el mundo: conservación del ozono, protección de la biodiversidad, lucha contra el cambio climático, defensa de los humedales, acceso a la información ambiental, y hasta resguardo de los activistas que defienden el planeta. Todo eso figura. Todo eso se firmó.
Y sin embargo, no hay tratado -por solemne que suene- que logre contener el avance desbocado de ciertos modelos productivos que arrasan con el territorio y degradan la calidad de vida como el uso intensivo de agroquímicos, la pérdida de biodiversidad agrícola a partir de la expansión sin pausa de monocultivos, la alimentación ultraprocesada disfrazada de abundancia, los desmontes crónicos, los incendios provocados y la minería extractiva sin control.Todo este descontrol no solo afecta la geografía, sino también lo que llega a nuestras mesas. Las firmas están. Lo que falta es lo fundamental: aplicación efectiva, coherencia institucional, fiscalización rigurosa y políticas públicas que protejan no solo el ambiente, sino también la salud de quienes habitan ese ambiente.
Porque si uno repasa el listado de tratados ambientales que Argentina ha ratificado (y son muchos, desde la Convención de Viena (1985) hasta el Acuerdo de Escazú (2021)) se encuentra con un entramado jurídico de aparente seriedad, con palabras rimbombantes como "sostenibilidad", "principio precautorio", "equidad intergeneracional" o "resiliencia climática". Pero basta alejar la lupa de la tinta y mirar el territorio para comprender que una firma no es sinónimo de acción.
Firmamos el Convenio sobre la Diversidad Biológica, pero seguimos promoviendo el monocultivo de soja transgénica en millones de hectáreas. Ratificamos el Protocolo de Nagoya, que apunta a un reparto justo de los beneficios derivados de los recursos genéticos, evitando la biopiratería, pero la minería se sigue extrayendo con mínimos controles y nula redistribución local. Adherimos al Acuerdo de París, y sin embargo subsidiamos el transporte del gas y el petróleo con entusiasmo fósil digno del siglo XX.
Y si el campo argentino alguna vez fue ejemplo de producción extensiva de muy bajo impacto-vacas que pastaban en suelos que se regeneraban- hoy el modelo dominante es el feedlot: engorde intensivo con grano, encierro, residuos y emisiones dignas de una termoeléctrica a carbón en plena hora pico. Sustentabilidad en reversa.
Ni siquiera la minería, actividad cuya licencia social pende de un hilo, logró reconvertirse en algo mínimamente limpio o transparente. La "transición energética", nos dicen, necesita litio, cobalto, níquel, manganeso y grafito. Y sin embargo, muchas automotrices ya han dado marcha atrás con sus planes eléctricos, ofreciendo ahora versiones híbridas. ¿Qué cambia frente al petróleo, si más allá del CO? el daño persiste? ¿Y qué pasa con el hidrógeno? Verde o azul, serían más sostenibles, pero salvo para la automotriz Toyota, implicarían pérdidas millonarias en inversiones ya realizadas. Otra vez, se habla de futuro, pero se actúa con los reflejos viciados del pasado..
A lo sumo, cuando se firma un tratado nuevo como Escazú, (garantiza derechos de información y protección a defensores ambientales) se inaugura una etapa de simulacro institucional creándose crean oficinas, se hacen talleres, se emiten comunicados...pero la conflictividad territorial sigue creciendo, los defensores siguen siendo hostigados, y los proyectos extractivos avanzan como si nada.
El cuidado del ambiente no es de izquierda ni de derecha. Es, simplemente, el reflejo de una sociedad que valora su bienestar y el de las generaciones que vienen. No se trata de elegir entre producir o morirse de hambre -ese es un falso dilema que encubre la falta de voluntad política y de imaginación productiva-. Está demostrado que existen modelos sostenibles y de alto rendimiento: la agroecología en escala comercial, la ganadería regenerativa, la rotación inteligente de cultivos con bioinsumos, la agricultura de precisión, los sistemas silvopastoriles, la eficiencia hídrica con riego tecnificado, o incluso la minería con trazabilidad ambiental y control ciudadano. No se trata de dejar de producir, sino de producir mejor. Y eso requiere, ante todo, decisión.
Argentina no necesita más tratados. Necesita dejar atrás la procrastinación institucional y pasar a la acción, empezando por cumplir alguno.
PD. Y por si hacía falta un ejemplo más, al cierre de esta edición, Argentina ratificó el Acuerdo sobre Subvenciones a la Pesca.
Fuente: www.Netnews.com.ar
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