¿Cómo volvemos a crecer?
El abogado, político y economista, Juan Bautista Alberdi, decía que no podía haber ciudadano que se gobierne así mismo, donde el poder del Estado lo gobierna todo y que para crear riqueza en una nación era necesario que se les enseñe a los hombres a ser fuertes y libres. En otras palabras, dónde habita el exceso de intervención, escasea el crecimiento económico. Lamentablemente, la Argentina es un ejemplo claro de ello.
Nuestro país pasó de crecer del 3,7% entre 1990 y 2000; al 2,9% del 2000 al 2010; y, finalmente, a promediar un crecimiento promedio del 0,3% en la última década. Lo mismo con el desempleo, pasamos de una tasa promedio del 11,9% anual entre 1990 y 2000; al 13,2% entre el 2000 y el 2010; y, a terminar el último año con un desempleo del 16%. Obviamente, la razón de dicho declive responde a la falta de un programa económico consistente y de largo plazo, cuyo actor central sea el sector privado.
Durante las últimas décadas, nuestro país, a diferencia de las políticas pro mercado llevadas adelante desde los ´60 en los principales países europeos o los tigres asiáticos, optó por agudizar las intervenciones estatales. De esta forma, mientras el Estado argentino incrementaba su tamaño, el sector privado se volvía más pequeño.
Desde el 2003 el gasto público consolidado en relación al PBI pasó del 25,6% al 39% en 2009, luego al 41,3% en 2013 y al 45,6% en 2016. Sí, luego en 2019 bajó al 41,4% pero seguía siendo casi 15 puntos porcentuales superior al del 2003. No es solamente la muestra de una política fiscal expansiva sino el ejemplo de que el Estado se volvió más dependiente de los recursos del sector privado.
Dicho crecimiento se explicó por 4 factores: i) más empleados públicos; ii) más jubilados y pensionados; iii) más planes sociales; y, iv) más subsidios a servicios de energía y transporte.
Entre el 2003 y el 2015, el número de empleados públicos subió en 2,0 millones y se mantuvo hasta nuestros días. Si comparamos 2003 vs 2018 vemos que la cantidad de empleados públicos se incrementó en un 55% a nivel Nacional, 117% a nivel municipal y 77% a nivel provincial.
Además, hubo 3 millones de personas que no habían aportado y se jubilaron por la moratoria previsional; lo que profundizó un importante déficit dentro del sistema previsional. Además, hay que agregarle la suba de los haberes mínimos jubilatorios.
Asimismo, se generó un incremento de los planes sociales que se convirtieron en un instrumento de captación política. Por último, cuando en 2002 se gestó la devaluación, se congelaron las tarifas y éstas se retrasaron.
Para aumentar el tamaño del Estado, se aplicaron, a grandes rasgos, dos tipos de políticas: i) política fiscal expansiva vía endeudamiento del Estado para financiar la suba del gasto público; y, ii) política monetaria expansiva.
La política fiscal expansiva sólo genera en el corto plazo un recalentamiento de la economía, con una estructura productiva muy dependiente de la inyección artificial del gasto. Cuando el Estado reduce su ritmo de endeudamiento, la economía entra en una fase de estancamiento. Aquellas actividades infladas por la suba de gasto inicial quiebran. Así el sector privado se ve forzado a entregarles sus ahorros al Estado para financiar su endeudamiento. Finalmente, en el mediano plazo sólo conseguimos que un grupo de burócratas dilapide recursos del sector privado que podrían ser utilizados para favorecer las inversiones, innovaciones y aumentar la productividad, con su posterior impacto sobre los salarios.
Es primordial aclarar que no existe ninguna evidencia empírica que una unidad adicional en el sector público compense la pérdida que se ocasiona en el sector privado.
Por otra parte, la política monetaria expansiva ya sea reduciendo los tipos de interés artificialmente o inyectando billetes en la economía tampoco provoca efectos deseables. Si se reducen los tipos de interés con el objetivo de incrementar la liquidez, que los individuos puedan endeudarse más y, por ende, gastar más; puede que se corra el riesgo de entrar luego de la fase expansiva en una fase depresiva mayor a la inicial o, sin el efecto inicial, que incentive al Estado a endeudarse más. Por otro lado, si se opta por expandir la oferta monetaria, que no corresponda a su respectiva suba en la demanda de dinero, el resultado es la corrosión de la moneda. En resumen, se acelera la inflación.
Como mencionamos inicialmente, a pesar de la evidencia, nuestro país se caracterizó por llevar adelante todo éste tipo de políticas cuyo resultado ya describimos con datos. Ahora la pregunta sería ¿cómo salimos de ésta decadencia? Haciéndole caso a Alberdi. Debemos apostar por la libertad y la fuerza de empuje de los argentinos.
Para volver a la senda de crecimiento económico es necesario llevar adelante una serie de reformas estructurales como una baja del gasto, el tamaño del Estado, una reforma del sistema previsional, una reducción impositiva, una modernización del mercado laboral, una apertura comercial y una reforma educativa.
En primer lugar, dichas reformas permitirían incrementar los recursos destinados a la inversión y hacerlos más eficientes. De ésta forma revertiríamos el deterioro de la productividad de la inversión que estamos observando en los últimos años y podríamos volver a crecer.
Por otro lado, el sector financiero se volvería más eficiente, pudiendo así promover el ahorro y la asignación eficiente de recursos. Hoy su tamaño es pequeño, con una participación excesiva del financiamiento al gobierno y una canalización ineficiente de recursos a proyectos productivos.
Asimismo, una mayor apertura comercial nos permitiría exportar más, mejorar la productividad de los sectores asociados al comercio exterior, adoptar tecnologías de vanguardia, crear empleo y mejor el bienestar general de la población a través de productos y servicios de mejor calidad.
Por último, favoreceríamos el avance tecnológico a través de la introducción de nuevos procesos productivos, nuevos mercados, nuevas fuentes de financiamiento y el desarrollo de nuevas formas de organización productiva. El PBI per cápita se mantuvo en el mismo nivel promedio en los últimos años, en tanto que la Población Económicamente Activa ha subido, por lo que indica que la productividad promedio del trabajador se ha corroído.
En conclusión, si Argentina quiere volver a crecer debe ordenar prioridades. El tiempo es un factor escaso y a nosotros se nos está acabando. Las políticas intervencionistas no sólo no han funcionado, sino que provocaron una serie de distorsiones estructurales. Ya no hay margen para continuar por el mismo camino: luego de la fase de estancamiento, entramos en la caída. Debemos mirar al futuro, comprometernos como ciudadanos en el cambio y construir, entre todos, un país lleno de oportunidades a través de la libertad.
Por Natalia Motyl,
economista de la Fundación Libertad y Progreso.
Fuente: www.NetNews.com.ar
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