La estrategia externa de América Latina y la Argentina: sus desafíos, una vez más
Por Marcela Cristini. Economista Senior Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas-FIEL.
Entre los años 60 y 70, profesionales de la Universidad de Standford desarrollaron una matriz de análisis para mejorar la gestión empresarial y ayudar a elaborar estrategias de crecimiento de negocios. Esta matriz identifica las fortalezas (F) de cada empresa, oponiéndolas a sus debilidades (D) y analiza el entorno externo a la empresa para definir sus oportunidades (O) e identificar sus amenazas (A). El análisis FODA, que de él se trata, tuvo amplia difusión y se aplicó también a cadenas productivas, países y regiones en la elaboración de sus estrategias externas. Más tarde, en los años 90, nuevos esquemas como el de las “ventajas competitivas” de Michael Porter imprimieron cambios importantes a ese análisis de estrategias en un marco mundial globalizado. No obstante, la utilidad del FODA como primera aproximación para definir un curso de acción frente a un entorno externo sigue prestando utilidad en la práctica.
Aplicado a la situación actual y a nuestro contexto regional latinoamericano, sin duda habría que comenzar a pensar el FODA por el capítulo de las amenazas (ver síntesis en Gráfico 1). La pandemia del COVID-19 domina la escena internacional y constituye un evento disruptivo y no anticipado con graves consecuencias económicas. En un reciente pronóstico, el FMI proyectó una fuerte contracción del Producto Bruto Mundial del -3% en 2020 y, suponiendo que los efectos de la pandemia van desapareciendo hacia la segunda mitad de 2020, el pronóstico es de un crecimiento del 5,8% de la economía mundial en 2021. Una salida rápida en forma de V. Con todo, el FMI destaca la gran incertidumbre que rodea a sus pronósticos por la dinámica de una situación sin antecedentes en la historia reciente. Por su parte, la disrupción del comercio mundial y las inversiones internacionales directas como consecuencias del COVID-19 son hechos que se descuentan y ya se encuentran en curso de verificación. La Organización Mundial del Comercio (OMC) pronosticó una contracción de entre -13 y -32% del valor del comercio internacional para 2020, aunque con un posible repunte en 2021. Por su parte, la inversión extranjera directa caería un -30/40% entre 2020 y 2021 según la división de comercio y desarrollo de las Naciones Unidas (UNCTAD). En el caso de América Latina y el Caribe, la CEPAL ha pronosticado una caída del PBI de al menos un -1,8%, sin descartar que un desarrollo adverso de la pandemia pueda llevar a contracciones aún mayores de un -4%. Según el mismo organismo, el valor de las exportaciones latinoamericanas se contraería un -10,7% en 2020.
Esas retracciones aumentan aún más su gravedad porque no hacen su aparición en un contexto en el que todos los países estén cooperando y negociando para aumentar sus vinculaciones económicas (mediados de los 90, por ejemplo). Por el contrario, surgen en un período histórico (2015-2020) en el que numerosos logros multilaterales han sido menoscabados por las iniciativas de los países más avanzados del mundo. Un ejemplo son las nuevas propuestas de los Estados Unidos bajo su doctrina de “reciprocidad económica” y el enfrentamiento entre ese país y China por reclamos sobre el respeto de la propiedad intelectual por parte de las empresas chinas. El debilitamiento de la Organización Mundial del Comercio entre otros organismos y acuerdos de cooperación afectados por el deterioro de la cooperación internacional y el multilateralismo (Acuerdo del Clima de París, Organización del Tratado del Atlántico Norte, algunos acuerdos de desarme, Organización Mundial de la Salud, entre los más importantes) será un obstáculo importante para poder cooperar y mejorar las alternativas para la salida de la Pandemia. En Latinoamérica la llegada del COVID-19 mostró iniciativas nacionales de gran diversidad y, también, casi nulos intentos por lograr una mayor coordinación regional que pudiera reducir los costos de la pandemia. En la Argentina, las medidas tempranas han dado los resultados esperados pero aún deberá transitarse la fase más aguda de la pandemia en los centros urbanos más grandes según los pronósticos de los expertos.
Gráfico 1
En medio de este escenario casi desconcertante y muy preocupante, corresponde ahora contabilizar las fortalezas regionales y las de nuestro propio país en relación con la estrategia externa para la salida de la pandemia.
Considerada en su conjunto, América Latina y el Caribe se destacan por su abundancia en recursos naturales en relación con la producción mundial: abundancia de tierras agrícolas, producción de metales (hierro, cobre, plata y oro), recursos hídricos, reservas de petróleo y gas, entre lo más destacable. También, en el caso de México y Brasil, la mano de obra es abundante en general y, aunque en promedio, nuestros países exhiben un índice de capital humano intermedio, varios de ellos muestran interesantes núcleos de profesionales muy competitivos a nivel internacional. En cambio, su dotación de capital público de infraestructura es relativamente escasa limitando su complementariedad con el capital privado.
A la vez, América Latina presenta una variedad de situaciones en cuanto a la inserción internacional de sus países. Por un lado, todos los países de la región son “comerciantes globales”, en promedio exportan a 133 países en el mundo e importan de 155 países. Estos valores no se diferencian mucho para cada país latinoamericano. La diferencia, en cambio, se encuentra en la intensidad del comercio de cada uno de ellos. Por ejemplo, el coeficiente de apertura de la Argentina (el promedio de exportaciones + importaciones como participación del Producto Bruto Interno) fue del 13,5% en el período 2011-2018, que se compara pobremente con el 38% de México o el 25% de Chile. Esa modesta participación del comercio en las actividades económicas es semejante a la del Brasil (11,5% en 2018). Ambos socios principales del MERCOSUR son, llamativamente, economías muy cerradas al comercio internacional. En el mismo sentido, por ejemplo, los chilenos exportan más de USD 4000 per cápita, seguidos en ese ranking por México, Panamá, Costa Rica y Uruguay. La Argentina exporta alrededor de USD 1400 per cápita mientras que Brasil exporta aún menos (USD 1150).
Un aspecto que colabora a aprovechar la fortaleza básica en recursos de la región es el avance en las negociaciones internacionales de acuerdos de libre comercio. Aquí también el aprovechamiento de estos instrumentos ha sido variado, mientras los países de la Alianza del Pacífico (Chile, Colombia, México y Perú) exhiben un amplio conjunto de acuerdos firmados, incluyendo a los países líderes del comercio mundial (Estados Unidos, Unión Europea, China), los países del MERCOSUR recién reconocieron su grave falencia en este capítulo en 2016 y modificaron su estrategia comenzando por reactivar y firmar un Acuerdo de Libre Comercio con la Unión Europea en 2019 (que demoró 20 años de negociaciones) y otro, similar, con el EFTA (Islandia, Liechtenstein, Noruega y Suiza). La Argentina acaba de comunicar a sus socios que no será parte de las próximas negociaciones que incluyen a Corea del Sur, Singapur, Canadá e India, aunque no bloqueará el avance del resto de los integrantes.
De la mano de sus fortalezas, aunque variadas según los países, la región podría aprovechar mejor las oportunidades que se puedan ir construyendo a la salida de la pandemia. Aunque aún es muy temprano para poder identificarlas y trabajar en ellas, hay algunos indicios para el análisis. En el corto plazo, los mercados de productos básicos presentarán situaciones diferentes, con mayor caída en los precios y el comercio de los metales y los combustibles. En cambio, los alimentos exhibirán caídas mucho más moderadas de precios y mayor mantenimiento de los volúmenes comerciados. Pero es esperable que si se cumplen los pronósticos de recuperación rápida, los mercados de insumos básicos (con excepción probable de los combustibles) y los mercados de alimentos básicos se reactiven para abastecer a las economías en desarrollo, comenzando por China. En el mediano plazo, la reactivación de los mercados en general seguirá teniendo como protagonistas a los países del Este del Asia que se habían mostrado como los más dinámicos en la última década, aunque con modalidades un poco distintas. Las cadenas de valor manufactureras en las que tenían fuerte participación han quedado muy golpeadas por la pandemia y, muy probablemente, se modifiquen en su funcionamiento. Los analistas anticipan que se acelerará la introducción de nuevas tecnologías ahorradoras de mano de obra en la industria que permitirán el regreso de parte de la producción a los países más avanzados, pero también habría espacio para ocupar a la mano de obra calificada de América Latina en parte de esas cadenas, siguiendo los casos de México y Costa Rica que ya participan de ellas. El comercio de servicios, tanto en la provisión de tecnologías informáticas como de servicios empresariales seguirá siendo una muy buena oportunidad para la mano de obra de alta calificación de América Latina. La vinculación con la Unión Europea de la mayoría de los países de la región, incluyendo ahora a los del Mercosur, podría dar lugar a cadenas de valor propias vinculadas a las grandes empresas europeas. Una consecuencia beneficiosa sería la intensificación del comercio intrarregional que actualmente sólo involucra al 19% del total exportado por nuestros países. Una visión algo más optimista de la CEPAL indica que si se excluye a México, el 51% de las exportaciones de manufacturas de alta y mediana de los países latinoamericanos y caribeños se dirigen a la propia región. Esta información nuevamente apunta a la potencialidad de los nichos tecnológicos para la región.
Por último, un párrafo dedicado a nuestras debilidades regionales. Algunas de ellas, referidas a los problemas de infraestructura, la baja productividad y, en algunos casos, la pobre inserción internacional, ya han sido mencionadas en los párrafos anteriores. En síntesis, la región no ha aprovechado las fortalezas comunes para participar del comercio mundial y acelerar su crecimiento. Tampoco ha sido eficaz en coordinar esfuerzos para la inversión de infraestructura y sus niveles de competitividad son muy bajos comparados con los del mundo. Si se toma el indicador de competitividad del World Economic Forum, el promedio del indicador de América Latina ocupa el lugar 90 en la tabla de 138 países. Destacan, con todo el caso de Chile con un puesto entre los primeros 40 países y México y Colombia en la mitad de la tabla. Argentina y Brasil, en cambio ocupan puestos en el último tercio de la tabla.
Luego de este repaso, el análisis FODA ahora ampliado para incluir los efectos del COVID-19 nos vuelve a entregar una visión de América Latina, y de la Argentina dentro de ella, que arroja una agenda ya conocida: la región debe aprovechar la salida de la pandemia para aumentar su integración regional (comercio e interconectividad física, cadenas de valor), dar prioridad a la inversión en su capital público de infraestructura y, en los casos rezagados, ampliar la inserción internacional mediante acuerdos de libre comercio. Dada la histórica deficiencia de financiamiento en los países más grandes de la región, la atracción de la inversión extranjera directa deberá, también, ser parte activa de la estrategia. Lamentablemente, la incidencia de la pandemia parece estar alejando más que acercando a nuestros países. Esperemos que una mayor reflexión común ayude a cambiar el rumbo y a generar esfuerzos regionales coordinados para mejorar el desempeño de América Latina en un mundo que presenta el riesgo de un menor crecimiento, menor apertura multilateral y menor cooperación en el corto plazo.
Fuente: www. NetNews.com.ar
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