Jose López, últimas escenas del naufragio
Creíamos que los videos de La Rosadita eran el non plus ultra de la obscenidad de la corrupción, pero el azar -que en nuestro país es un fabuloso guionista- nos deparaba una escena de mucho mayor impacto.
Las imágenes de quien fuera hasta hace pocos meses uno de los hombres más poderosos de la Argentina revoleando bolsos en la madrugada para intentar esconder en un convento más de nueve millones de dólares, entre otros objetos, mientras portaba un arma larga, tienen una potencia tremenda. Creíamos que los videos de La Rosadita eran el non plus ultra de la obscenidad de la corrupción, pero el azar -que en nuestro país es un fabuloso guionista- nos deparaba una escena de mucho mayor impacto.
No es nada que no supusiéramos, pero la imagen vale más que mil argumentos. Los efectos de ese número cinematográfico son todavía impredecibles, aunque ya han comenzado. Algunos legisladores se separaron del bloque del Frente para la Victoria. En el ámbito judicial, la siesta de muchos magistrados federales debió ser abruptamente suspendida. Causas cajoneadas durante largo tiempo tuvieron un súbito despertar. En horas se hicieron más citaciones y diligencias que en años.
Varios políticos y personalidades de la farándula que nos venían predicando las bondades del “proyecto nacional y popular” han visto flaquear su fe. Pero, por lo general, centran su enojo en José López. Hebe de Bonafini, siempre a la vanguardia de las declaraciones insólitas, lo tildó de “infiltrado del periodismo”. Un verdadero periodismo de anticipación, ya que López estuvo al lado de Kirchner desde que era intendente de Río Gallegos.
Es comprensible la desesperación de muchos militantes que de buena fe compraron el pescado podrido que les vendían. Pero, una vez repuestos del shock, deberían reflexionar un poco. Si todos los colaboradores cercanos de los Kirchner eran corruptos, el matrimonio no era tan avispado como lo pintaban. En homenaje a sus líderes, es mejor que reconozcan que eran los jefes del latrocinio, pero que este tenía nobles propósitos. Ya lo dijo el estrafalario periodista Hernán Brienza: la corrupción democratiza” (sic).
Como sociedad, no podemos conformarnos con la caída de los segundones. En la Argentina se montó durante doce años un sistema de corrupción a gran escala, organizado por Néstor y Cristina Kirchner. El enriquecimiento ilícito de esta pareja y de sus testaferros y socios no tiene parangón en nuestra historia. Para encontrar similitudes, deberíamos compararlo con el de algunos dictadores africanos.
Por eso, los jueces federales deben ponerse los pantalones largos. No se trata de que sean ahora jueces “macristas”. En su notable discurso inaugural, el presidente Mauricio Macri dejó bien en claro que no quería magistrados adictos a él o a su partido. Solo les pedimos que ejerzan la eminente función para la que fueron designados, aplicando la ley de manera imparcial e independiente.
Hacia adelante, nos queda a todos los argentinos meditar sobre los extremos a los que hemos llegado, para que juntos podamos construir un país serio, confiable, abierto a la innovación y la creatividad, que genere oportunidades y progreso con equidad social. Los países que lo lograron en el mundo son los que están firmemente asentados en el Estado de Derecho. Los otros, en los que no impera la ley sino la voluntad omnímoda del caudillejo de turno, terminan con sus altos funcionarios corriendo en la oscuridad de la noche con bolsos inexplicables.
Fuente: www.NetNews.com.ar
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