Miércoles, 05 de Febrero de 2025 | 05:50

Acuerdo UE-Mercosur: viejos temores resurgentes, pero ¿podría blindar a ambas regiones frente al avance chino?

En junio de 1999, las primeras negociaciones para formalizar un acuerdo entre la Unión Europea y el MERCOSUR se iniciaron en la Cumbre de Río de Janeiro. En ese momento, tres líderes de derecha -Carlos Menem, Fernando Henrique Cardoso y Julio María Sanguinetti- dominaban América Latina, 

 

mientras que Europa, con una postura mayoritariamente de centro-izquierda, era representada por el Parlamento Europeo y figuras como Pascal Lamy, Comisario de Comercio, principal impulsor del acuerdo, y el presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi. A pesar de las diferencias políticas, ambas regiones compartían el fuerte interés de consolidar la integración económica global. Europa veía a América Latina como una región estratégica, rica en recursos naturales y con un enorme potencial como mercado para los productos europeos.

 

En un contexto global marcado por acuerdos internacionales como el NAFTA y la creación de la OMC, que buscaba garantizar un comercio más justo y transparente, las negociaciones entre la UE y el MERCOSUR encontraron un terreno fértil donde se podría estrechar lazos comerciales y fomentar el crecimiento mutuo.

 

Tras 25 años de negociaciones y un principio de acuerdo para crear la mayor zona de libre comercio del mundo, el pasado 6 de diciembre se celebró la firma del esperado acuerdo. Renglón seguido, la parte europea pidió añadir un anexo en el que reclama más garantías a los países latinoamericanos de que se atendrán al Acuerdo de París y la legislación laboral internacional, cuestiones que en cualquier caso ya están contenidas en el texto.

 

Francia ha liderado la oposición al acuerdo, sumándose el sector ganadero español con una marcha el pasado 17 de diciembre al grito de “No MERCOSUR” y “El campo se defiende”. Sin embargo, otras federaciones, como la del vino, han celebrado el acuerdo asegurando que será una gran oportunidad para el sector agrario del país.

 

A lo largo de estos 25 años de negociaciones y transformaciones, Europa y América Latina han compartido miedos y expectativas sobre los efectos del acuerdo. Por un lado, Europa temía que la apertura comercial de América Latina podría comprometer el acceso a materias primas clave a precios competitivos, con el riesgo de que los productores del MERCOSUR inundaran el mercado europeo con productos agrícolas y ganaderos a bajos costos. Este temor al “dumping” -la venta de productos por debajo de su precio de producción - estuvo alimentado por la diferencia en los costos laborales y las normativas de calidad y sostenibilidad, lo que, según muchos sectores, pondría en peligro la producción local.

 

América Latina, por su parte, conserva los mismos temores de antaño en cuanto a posibles desventajas para las industrias locales, especialmente para aquellas que luchan por competir en términos de precio, tecnología o capacidad productiva. Las empresas locales más pequeñas podrían verse superadas por el nivel de competitividad de las marcas europeas, que a menudo cuentan con economías de escala y diferenciación en calidad. Esto podría generar un desajuste en los mercados y, en algunos casos, un repliegue de las industrias nacionales.

 

Los nuevos temores

En la actualidad los temores en el viejo continente son en gran medida infundados, dado que Europa exige que los productos importados cumplan con altos requisitos en cuanto a condiciones laborales (como salarios y derechos laborales), sostenibilidad ambiental (como el uso de fitosanitarios y regulaciones de emisiones) y calidad (en términos de seguridad alimentaria, por ejemplo). Estas normativas, que buscan proteger tanto a los consumidores como al medio ambiente, actúan como una barrera paraarancelaria significativa para aquellos que intentan ingresar a su mercado sin cumplir con estas exigencias.

 

America Latina por su parte teme que las imposiciones de la UE sean demasiado altas para sus empresas lo que podría dificultar el acceso al mercado europeo. Por otra parte la región presiente no poder competir, especialmente si las alternativas más económicas, como las provenientes de China, no enfrentan los mismos obstáculos regulatorios.

 

 

Un disrruptor inesperado abre una nueva oportunidad

La irrupción de China en el mercado global transformó las dinámicas del comercio internacional. Desde su adhesión a la OMC en 2001, China se convirtió rápidamente en un actor crucial, redefiniendo el comercio mundial.

 

Para los países de la UE, China no solo representa una amenaza para sus sectores industriales, que deben competir contra un estado con prácticas comerciales proteccionistas en ciertas áreas, como subsidios industriales o restricciones a mercados de acceso, sino que también es un rival en la adquisición de recursos naturales, lo que complica aún más las relaciones comerciales con América Latina.

 

Para los países latinoamericanos, la competencia con China ha significado la entrada de productos manufacturados a precios imposibles de igualar. En Argentina, hacia fines de los años '90, se evidenciaron las dramáticas consecuencias de una apertura económica desregulada: según el Centro de Estudios de la Producción (CEP), entre 1989 y 1999 cerraron más de 30.000 empresas, desencadenando una crisis sin precedentes que culminó con la tasa más alta de desempleo en la historia del país, con un 24,1% en 2002. Al mismo tiempo, en las últimas dos décadas China se ha consolidado como un poderoso inversor global con un enfoque estratégico puesto en América Latina para asegurarse el suministro y la logística de materias primas. Estos productos primarios serán luego procesadas en China, donde se les otorgará valor agregado para luego ser exportados al mundo.

 

En los últimos años, Europa, consciente de esta problemática, comenzó a aplicar diversas técnicas para ponerle un freno a las importaciones que ponen en riesgo a sus PYMES, el motor económico y de empleo para sus países.

 

En este contexto actual una estratégica alianza con América Latina podría brindar una oportunidad única, fortaleciendo un bloque que desafíe la creciente influencia de China en ambas regiones. No solo porque podría ofrecer un acceso más equitativo a recursos y mercados, sino también porque América Latina podría beneficiarse de un acuerdo que la impulse a añadir valor a sus exportaciones y competir con más fuerza en el comercio global.

 

 

 


 

 

 

 

Fuente: www.NetNews.com.ar

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