El Pacto que no fue o cómo Milei ejerce la “política” a su manera
Director de Estudios Sociales del Centro de Estudios Económicos Argentina XXI (CEEAXXI)
“Les aviso que cualquier proyecto que manden desde el Congreso para hacer volar a este país (desarmar el equilibrio fiscal), se los voy a vetar. Me importa tres carajos”. Fue, probablemente, una de las declaraciones más efusivas del presidente Javier Milei en su discurso frente al congreso del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas (IAEF).
El testimonio no fue casualidad, se dio justo minutos después de que la Cámara de Diputados avanzara con el tratamiento de un conjunto de proyectos para financiar a las universidades, es decir, medidas que amenazan el equilibrio en las cuentas fiscales.
“No es fácil aguantar a estos degenerados del gasto público”, deslizó Milei, en una especie de sincericidio de que esto de luchar contra la “política” está siendo un poco tedioso. Días después de este discurso, hubo un cambio fuerte en la jerarquía del Ejecutivo; el Jefe de Gabinete, Nicolás Posse, renunció y fue reemplazado por el ministro del Interior, Guillermo Francos, probablemente la figura más destacada después del titular de la cartera económica, Luis Caputo. Francos dijo en una entrevista que el presidente lo eligió a él “porque con la política argentina se le hace complicado, no la entiende”.
Más que no la entiende, no le simpatiza. Fue su bandera de campaña electoral ir contra la “casta” y el “sistema”. Ahora, descubrimos que a nivel gestión también se convirtió en su mensaje de gobierno. Para el presidente, la “política”, hoy se representa en el Congreso de la Nación, la fuente de legitimidad legislativa que aún no le concedió ninguna ley y lógicamente le representa un palo en la rueda. Por ende, su encono. Pese a todo, en tratativas está en el Senado la eterna Ley Bases, que día a día el oficialismo busca en Comisión tener los votos de entrada. Al cierre de esta edición aún no se había llegado a la votación.
Si la Ley Bases tiene éxito no será un dato menor. Será un aval político al fin que continuará con otro tema sensible: la aprobación de los candidatos a la Corte Suprema postulados por el Ejecutivo, Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla. Sin embargo, una derrota en la Cámara Alta tampoco será el fin del mundo. Hay que tomar con pinzas lo que pase en el Congreso porque la credibilidad no se fundamenta allí, sino en la política económica del “no hay plata”, en la correspondiente recuperación de la actividad y en el proceso de desinflación.
"Si la Ley Bases tiene éxito no será un dato menor. Será un aval político al fin que continuará con otro tema sensible: la aprobación de los candidatos a la Corte Suprema postulados por el Ejecutivo, Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla"
De ahí hasta octubre de 2025, si no aparece ningún cisne negro, no hay por qué alarmarse. Habrá desafíos y presiones, y el gobierno deberá no aflojar, hacer la menor cantidad de cambios posibles en el gabinete y no descartar más fusibles antes de tiempo. En el mientras tanto, hay que pensar en las elecciones del año que viene. Allí el mandatario deberá delegar de forma diferente al de la gestión de gobierno. No es lo mismo confiar en Caputo o Francos que en la designación del candidato que encabezará la lista para diputados por la Provincia de Buenos Aires. La figura del presidente como capital electoral fue lo que lo llevó a la Rosada, pero aquello no se plasmó en los comicios locales, de ahí que el Congreso y las provincias le sean tan hostiles. Ese ejercicio, el de delegar en el sentido electoral, será la gran prueba de 2025. En buena medida, ahí es donde “hacer política”, aunque le suene muy antipático al Jefe de Estado, se vuelve algo fundamental para sobrevivir a la democracia del siglo XXI.
El Pacto que no fue
En mayo, como vemos, pasó de todo. Y estas son sólo algunas cuestiones que ocurrieron apenas en la última semana del mes sobre la animosidad gubernamental al término “política”. Pero aún hay más, y es que el 25 de mayo pasado tuvo lugar un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo de 1810, la expulsión del último virrey español, Baltasar Hidalgo de Cisneros, del puerto rioplatense. A decir verdad, el suceso en sí no supuso una revolución. No tuvo nada que ver con la Revolución Francesa o con la independencia de las Trece Colonias. Lo que ocurrió en el Cabildo de Buenos Aires de aquel frío otoño de 1810 no fue más que una maniobra política. Sí, política. Lo que en Estados Unidos se dice “cabildeo”.
El jefe de las fuerzas porteñas, Cornelio Saavedra, encabezó el rechazo al Virrey Cisneros mientras el rey de España, Fernando VII, estaba preso de Napoleón Bonaparte. El Cabildo, como máxima institución de raigambre española, sometió a votación la legitimidad de la autoridad virreinal, que salió perdiendo. Se formó entonces una junta previsional, de la misma manera que estaba ocurriendo en la península, y se eligió presidente a Saavedra, quien previamente ya había poroteado los votos a su favor. La famosa Primera Junta juró lealtad al rey y anunció que esperaría a que el monarca regrese a su trono. Ellos, con Saavedra a la cabeza, cuidarían de su posesión sudamericana.
"Para sus detractores eso es peligroso, autoritario y anti-dialoguista, pero la realidad es que para la oferta política argentina era lo necesario para las circunstancias actuales"
Los acontecimientos luego cambiaron, obviamente, pero este breve inciso histórico nos sirve para entender la política, que siempre está presente en las decisiones que construyen la historia. La celebración de este nuevo aniversario, en 2024, tuvo lugar de forma oficial en la provincia de Córdoba. El presidente había invitado en marzo pasado a los gobernadores a asistir el 25 y firmar un pacto refundacional. Al final, no sólo no fue ninguna autoridad provincial de ningún distrito, sino que no se firmó absolutamente nada. Más que un Pacto fue un acto. Un acto oficial muy resonante, con un discurso siempre elocuente y oportuno del mandatario, acertado en el diagnóstico y en la visión de futuro. Pero no fue nada más.
Para las filas oficialistas no significó nada relevante. “Sabíamos desde el día uno que no se iba a firmar nada”, dicen desde adentro. Y tienen razón. No tiene por qué ser algo importante, porque tal como expliqué previamente, en el partido de estos detalles no se juega el campeonato de la credibilidad. Veremos varios desplantes más de este estilo, afirmaciones de historicismo excesivo o invitaciones grandilocuentes. Es el estilo JM, es la forma de ser del presidente. Es un rasgo de su personalidad. Es un teórico brillante de la economía con convicciones liberales inquebrantables. Para sus detractores eso es peligroso, autoritario y anti-dialoguista, pero la realidad es que para la oferta política argentina era lo necesario para las circunstancias actuales.
No es un loco, tal como quiso pintarlo un periodista de Perfil en un libro muy vendido. Contrariamente a esa visión, su semblante se acostumbró al ejercicio del poder. Cuando le preguntan: “¿Cuándo va a quitar el cepo?”, él responde: “Lo antes posible”. Después le preguntan: “¿Cuándo va a dolarizar?”. Y dice: “Lo antes posible”. Algunos exigentes liberales, libertarios o anarcocapitalistas lo atacan por ser demasiado pragmático. Un autor muy respetado en los círculos libertarios, Hans Herman Hoppe, llegó a tildarlo de ser un “desastre”, por no haber avanzado aún en todo lo que se propuso. Ni pragmático ni desastre, lo que está haciendo el presidente se llama política.
Fuente: www.Netnews.com.ar
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