Jueves, 13 de Noviembre de 2025 | 12:19
Política

La difícil labor de la oposición en los gobiernos populistas

Hace ya más de 60 años que el reconocido autor André Mathiot, al analizar el sistema político británico, escribió: “Si se me pidiese un único criterio para juzgar el gobierno democrático, diría que depende del estado de la oposición”...

 

 

 

 

Esta frase, que parece presentarse ante nosotros como una evidencia, deja de serlo o tiene la profundidad del vacío, si no se tiene en claro qué es la oposición política; tema este al que la politología le ha prestado poca atención, si se lo compara con su contrapartida: el poder.

 

La primera distinción necesaria es la de diferenciar entre oposición y discrepancia. Mientras que ésta es etimológicamente un derivado de quebrar, aquella nos refiere a la forma más avanzada del conflicto político. Es una institución que corona a una sociedad plenamente institucionalizada.

 

La presencia robusta o la ausencia de oposición política pueden servir de criterio para clasificar a una sociedad como liberal o dictatorial, democrática o autoritaria, pluralista o monolítica. Esta afirmación hace surgir la siguiente pregunta: ¿qué rumbos y tendencias han tomado las oposiciones en las democracias occidentales maduras?

 

La respuesta más sintética a tal interrogante es que han asumido cinco características distintivas: no cuestionan el sistema en el que basa el gobierno, su legitimidad; permiten que la política, en cuanto modo, forma y manera de resolución de conflictos, reemplace a la ideología; muestran preferencias por las técnicas de consenso frente a la estricta competencia; los medios de comunicación crean nuevos ejes temáticos de debate político, y son la férrea custodia para que la autoridad del gobierno se valga del poder sólo hasta donde le está permitido y no pueda ir más allá. En esas democracias consolidadas el antagonismo gobierno-oposición, por lo general, termina en la integración y no en ruptura o rompimiento.

 

La otra pregunta atada a la anterior es la siguiente: ¿qué pasa con las oposiciones en las democracias más rudimentarias o sometidas a rasgos populistas, como es el caso de la nuestra? La dinámica del disenso político asume modos más embrionarios de expresión y la oposición, por causa propia o por la acción de gobierno, se desarticula en las maneras de ponerse de acuerdo para no estar de acuerdo con el gobierno. Por su parte, el gobierno quiere abrazar a la oposición con el objeto de ahorcarla mejor.

 

"En esas democracias consolidadas el antagonismo gobierno-oposición, por lo general, termina en la integración y no en ruptura o rompimiento".

 

Entre los aspectos salientes del populismo se encuentra aquel de saber cooptar y a muchos que en un momento eran parte de la oposición para que renuncien al compromiso ideológico que los ata a una tradición y forma de hacer política, para pasarse a las filas del poder. Otro de los rostros que muestra es la desorganización de los procedimientos de confrontación con sus adversarios políticos, lo cual encuentra una de sus expresiones en el rompimiento con la política de consenso, es decir con aquella política que consiste en que las decisiones se tomen mediante consultas, negociaciones y compromisos previos entre los grupos interesados en el mantenimiento del orden y el avance en la sociedad.

 

Con ello, el gobierno le obstruye a la oposición las posibilidades de adaptarse al desafío que en política presentan los nuevos fenómenos sociales y económicos y ello hace que la misma se vea limitada en su importancia y función. Por otra parte, desde el poder se elige quién es el opositor al que se quiere enfrentar y, por cierto, por lo general, se trata del más débil y desarticulado. El resto, aunque se considera oposición, se expresa y actúa como tal, pero no es tomado en cuenta por el gobierno. De este modo, se puede afirmar que no es sino el gobierno quien le pone nombre y apellido a la oposición.

 

Ser oposición en las llamadas “democracias populistas” es una cuestión difícil, resbaladiza y comprometedora. Exige agudeza, experticia, adaptación a las circunstancias, saber político y, llegado el momento, habilidad inteligente para soportar el desprecio y la ridiculización ante propios y extraños.

 

En los populismos, autoridad significa maña para hacerse oír, más que subordinarse al derecho. La oposición queda desplazada y es ella, por sí misma, la que debe volver a considerar que su primer deber es oponerse, en vez de presentarse a todas horas en su papel de alternativa del gobierno. Tiene que preparar y ofrecer contrapropuestas y no conformarse con ser puramente negativa a toda política gubernamental, aun cuando sea fiel a sus valores doctrinales y morales. Oponerse sin proponer genera frustración en la política.

 

La supervivencia de la oposición no depende sólo de los procedimientos y de los cambios institucionales, sino de su propia voluntad de superar las desventajas que padece en relación con el gobierno. Además, que siga viva se ata al reconocimiento de que los populismos son movedizos y que, para cada porción del acontecer político, eligen a quien consideran que es el opositor, y tal elección recae, la mayoría de las veces, sobre aquel que presenta más flaquezas o puntos débiles.

 

"Esta realidad hace que la oposición en los populismos tenga entre sus misiones fundamentales la de hacer que la política vuelva a ser política y no el emergente de un caciquismo oligárquico."

 

El relato que hace el poder de las acciones de los opositores lleva a que estos puedan ser vistos como la parte más oscura e incapaz de la política. El cliché, la frase hecha, la fórmula intencionada comienzan a señorear en el discurso y, con ello, dejan espacio al conflicto sin fin. Esta realidad hace que la oposición en los populismos tenga entre sus misiones fundamentales la de hacer que la política vuelva a ser política y no el emergente de un caciquismo oligárquico.

 

 

Revista Desafío Exportar

Fuente: www.NetNews.com.ar

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