“La nueva política económica: ni nueva ni buena”
Por Dr. Agustín Monteverde, economista, M&A Inc.
Cuando en mayo, falto de ideas y desesperado por parar la corrida, el gobierno recurrió al FMI, estaba convencido que el solo respaldo del organismo permitiría recuperar la confianza del público.
Sin embargo, la corrida continuó, y el dólar se apreció otro 50 % frente al peso a la par que se perdían U$ 14000 MM de reservas. Llegó entonces el anuncio del Déficit Cero. De la misma manera en que había ocurrido en 2001, no se trataba de plan alguno sino que sólo transparentaba el hecho de que los mercados de deuda habían cerrado el grifo con el cual seguir alimentando la orgía de gasto estatal. Eso fue acompañado con la gesticulación -fue sólo eso- de una reestructuración del Estado que se agotó en un mero cambio de chapas y tarjetas personales.
Como la desconfianza no cesó, a unas pocas semanas de aprobado el Stand by se debió solicitar una ampliación y adelanto de desembolsos que aseguraran el 2019. Nunca quedó tan explicitado que el propósito único de toda la política económica es llegar a las elecciones. Urgido por detener una corrida que además de larga se volvía cada vez más peligrosa, el partido gradualista terminó bendiciendo un triple shock: monetario, impositivo y de deuda. Todo sea por no tocar la vaca sagrada de la economía argentina y raíz de casi todos nuestros males, el gasto estatal.
Las tasas son ruinosas tanto para empresas como para familias y el fisco absorbe casi todo el crédito, secando de recursos a la producción. Por enésima vez, el ajuste lo hará el sector productivo y no el Estado.
El compromiso de emisión cero obliga a renovar los pasivos monetarios que vencen y sus intereses, lo que hará crecer a ritmo nunca visto la masa de deuda cuasifiscal.
El ministro de Economía se equivoca al creer que las tasas bajarán “a medida que lo haga la inflación”. La práctica financiera indica que, más allá de transitorios descansos, las tasas deberán volver a subir para seducir a los inversores a mantenerse en una bicicleta que, con fecha de vencimiento oficializada (las elecciones), se volverá cada vez más peligrosa con el correr de las semanas. Cuando se pretende usar las restricciones monetarias para solucionar un problema de naturaleza fiscal, como lo es la exorbitancia irracional del gasto estatal, lo único que se logra es destruir al sector privado.
Hoy, en la Argentina, la tasa de interés real supera largamente la tasa de retorno del capital para cualquier ramo de negocio, salvo el narcotráfico. ¿Cómo puede pretenderse que se recree la inversión? Para colmo, la imposibilidad de ajustar por inflación los estados contables hace la alícuota efectiva del impuesto a las ganancias se ubique por encima de 50%.
La bomba de las Lebac -sobre la que durante años vine alertando, aunque sin éxito- ha sido reemplazada por una nueva bomba, esta vez atómica, de encajes remunerados. El poder explosivo de esa deuda se acrecienta a ritmo vertiginoso. Cuando estalló la crisis de las Lebac, esos instrumentos pagaban algo más de 26 %. Ahora el BCRA toma centenares de miles de millones a tasas dos veces y media mayores y que capitalizan intereses cada siete días.
El costo financiero de esta bola de nieve, con tasas que en los próximos meses retomarán un camino ascendente para mantener a los jugadores sentados en un juego que se volverá cada vez más peligroso, apunta a superar los U$ 11000 MM anuales.
No se trata, entonces, de un simple y casual cambio de nombres: las nuevas letras no sólo espiralizan, por la combinación de tasa y plazo, la velocidad con que se agranda la bola cuasifiscal sino que sus tenedores -los bancos- conforman un mercado de deuda cautivo. Funcionarios y muchos analistas consideran que las Leliq blindan al sistema de una corrida como la que sufrieron las Lebac, pues los bancos son manipulables por el Central y no pueden rebelarse y huir al dólar. Este argumento deja al desnudo la amenaza que significa esta deuda para el sistema financiero.
De cualquier forma, es una grave equivocación asumir que las Leliq, por estar en manos de las entidades, impedirían una crisis: los bancos pueden mantenerse dóciles a la autoridad pero no ocurre lo mismo con sus depositantes. La dolarización de carteras ha sido una constante de los tiempos preelectorales de las últimas cuatro décadas. Una salida de depósitos en pesos con destino al dólar pondría a las entidades en la necesidad de exigir el rescate de las Leliq al BCRA, que se vería obligado a devolver esa liquidez a la plaza para evitar la profecía autocumplida y un colapso bancario generalizado. Aun en el caso de que la buena fortuna nos preservase de una corrida, a mediano plazo el crecimiento incesante de los encajes remunerados -que entraña una estatización paulatina y de hecho de los depósitos- conduciría a un nuevo plan Bonex.
En última instancia, la tasa de Leliq o Lebac es el costo de reprimir o -más correcto- postergar inflación. La “nueva” receta -el mismo analgésico con que nos medicaron durante los últimos tres años pero en dosis mucho más altas- no hará más que agravar el desequilibrio fiscal y cuasifiscal.
Al crecimiento del déficit cuasifiscal se agregará el deterioro de la recaudación, como resultado de la severísima contracción económica provocada por la conjunción de una aplastante presión impositiva y para-impositiva (y caída paradojal de la recaudación, siguiendo a Laffer), reacomodamiento tarifario, caída de los ingresos reales y tasas exorbitantes.
Un error de partida fue concentrar el discurso en el déficit fiscal (déficit que, por cierto, agravó esta misma gestión). El problema central de nuestra economía no es el déficit sino la desquiciada dimensión del gasto estatal. Es preferible padecer un desequilibrio modesto con un gasto limitado a tener las cuentas equilibradas pero con un nivel de gasto desorbitado. En el primer caso, la brecha se puede cubrir financieramente hasta lograr eliminarla; en el segundo, se salva aplastando al sector productivo y eso es lo que hoy ocurre.
La demanda agregada, asfixiada por una presión impositiva demencial y el impacto de la inflación creciente sobre los ingresos reales, viene a recibir su tiro de gracia de la mano de tasas salvajes y -por la misma arquitectura de la estrategia elegida- al alza. El plan consiste en llegar a las elecciones pero sus diseñadores no son conscientes de que, por este camino, lo que está en riesgo no es una recesión simple y breve sino una depresión de magnitud.
Esta “nueva” política económica no tiene nada de nuevo sino que lleva a un extremo la aplicada en estos tres años: más restricción monetaria, más deuda, más impuestos, nada de reformas de fondo. Y menos aun lo tiene de bueno, pues no resuelve ninguno de los problemas de fondo sino que los agrava y genera otros nuevos. Sólo se trata de una nueva bicicleta, con un piñón de multiplicación mucho mayor que la anterior, de manera asegurarse un veranito de calma cambiaria. Como en todo Carry Trade, el arte reside en bajarse a tiempo. El final de la bicicleteada está a la vista; un nuevo episodio financiero está asegurado.
Fuente: www.NetNews.com.ar
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