“Volviendo al mundo: lecciones de un año traumático para la Argentina”
Por Marcela Cristini, Economista Senior de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas-FIEL.
En los casi tres años del gobierno de Cambiemos, la Argentina ha dado repetidas señales de su vocación por participar de los mercados internacionales. Su punto de partida no fue favorable. Nuestro país ha sido tradicionalmente una economía relativamente cerrada al comercio mundial y de gran volatilidad macroeconómica. Esas características habían sido fuertemente exacerbadas en los doce años del gobierno del Frente para la Victoria. Como uno de sus resultados, a fines de 2015, las exportaciones habían registrado un escalón descendente desde USD 80000 millones entre 2011 y 2012 a un nuevo valor que se estabilizó en los USD 58000 millones, casi un 30% menos. La Argentina es el octavo país del mundo por tamaño geográfico y ocupa la posición 21 en el ranking de países por PBI corriente. Su ostensible ausencia de los mercados comerciales internacionales (representa menos del 0,4% del comercio mundial) es llamativa en comparación con su tamaño físico y económico.
Por lo tanto, emitir señales de mayor apertura y participación internacional fue un primer paso en la dirección correcta. Además, fue un paso necesario tanto para anoticiar a nuestros socios potenciales en el mundo como para orientar a nuestros empresarios en la Argentina.
Entre las señales al mundo se destaca la renovada presencia de nuestro país en los foros multilaterales que culminó este año con la organización de la reunión anual del G20 y la reactivación de las negociaciones comerciales del Mercosur, particularmente el acuerdo con la Unión Europea, aún pendiente.
Desafortunadamente el escenario internacional de comercio e inversiones no es el más favorable para el despliegue de nuestra nueva estrategia. Las negociaciones dentro del G20 dan cuenta de este hecho. En el caso de las deliberaciones sobre comercio y las inversiones, el correspondiente grupo de trabajo ministerial reunió una importante masa crítica de países y organismos invitados para el análisis y formulación de soluciones de los problemas que se enfrentan en este capítulo. El grupo reconoció que se está atravesando una coyuntura crítica para la cooperación mundial en los temas de comercio e inversiones. Sin embargo, sin trazar un diagnóstico explicativo, el comunicado ministerial previo a la Cumbre sólo logró consenso frente a una propuesta de trabajo conjunto para: “mejorar el crecimiento económico sostenible, mantener los mercados abiertos, abordar el desarrollo económico y revitalizar el sistema internacional de comercio”. La declaración expresa una preocupación por un eventual estancamiento o disminución del crecimiento mundial pero soslaya el clima de “guerra comercial” que presenta actualmente el mundo. En tan solo dos páginas cuidadosamente balanceadas, se animan a una recomendación limitada sobre la reforma de la OMC al dar la bienvenida a todas las ideas de los países miembros para asegurar que este organismo continúe siendo relevante como el administrador del sistema multilateral de comercio.
En los años recientes, el regreso de los nacionalismos, las ideas “anti-sistema” y los fuertes contrastes en los modelos políticos entre los países del G20, que conforman el 80% de la actividad mundial, asoman más como los elementos visibles de factores históricos estructurales que se están modificando que como problemas en sí mismos. Probablemente, dos de los factores más importantes se refieran a los cambios en la distribución de la ponderación económica de los países en la economía mundial y a la renovada “carrera tecnológica” entre los países con liderazgo.
Desde esa visión, la disputa de poder económico entre los Estados Unidos y China es hoy un dato clave de los cambios en las relaciones internacionales. China es el segundo país en tamaño por su PBI en términos de dólares corrientes luego de los Estados Unidos y, es el mayor exportador mundial. Su balance comercial positivo constituye una fuente excepcional de financiamiento para su desarrollo a juzgar por cualquier estándar de la historia económica reciente.
China busca ampliar su influencia económica regional financiando un mega-plan de infraestructura, el BRI (Belt and Road Initiative). Este ambicioso plan a 30 años consolidaría la vinculación económica china con Rusia, Europa del Este y el Sur de Asia. En su versión más ambiciosa llegaría por el Pacífico hasta América Latina. Algunos lo describen como un nuevo Plan Marshall para moldear las relaciones chinas con Occidente. A la vez, China ha financiado la internacionalización de sus empresas y se ha lanzado a una carrera tecnológica en la que impone condiciones a sus inversores sobre transferencia de innovaciones para el acceso a su enorme mercado.
Por su parte, los Estados Unidos han operado abandonando su rol de primera potencia mundial con poder suficiente como para ofrecer sus oficios de componedor internacional y, en cambio, se lanzaron a una competencia directa con los países emergentes pero también con sus propios aliados históricos. La puja entre Estados Unidos y China en temas comerciales ha mantenido en vilo al mercado mundial. En el trasfondo de esta situación se recrea una nueva “guerra fría” visible en las disputas tecnológicas entre ambos países.
El cambio de estrategia de los Estados Unidos, que sorprendió al mundo, ha sido posible según algunos analistas debido al deterioro del poder del Congreso de los Estados Unidos en su función de establecer un monitoreo y un balance de la gestión del Poder Ejecutivo en los temas de seguridad y relaciones económicas internacionales. Las recientes elecciones de medio término que cambiaron el mapa de la Cámara de Representantes a favor del Partido Demócrata podrían modificar esta situación. La paradoja de este cambio en los Estados Unidos es que cuanto mayor es la inestabilidad mundial que genera con sus acciones poco predecibles, mayor es la afluencia del capital financiero a su economía, que aún es considerada un “puerto seguro” por los inversores.
A este panorama mundial, de por sí difícil para la reinserción de la Argentina, se empiezan a sumar problemas potenciales dentro del Mercosur. En los últimos dos años los países miembros habían retomado una agenda más ambiciosa de perfeccionamiento interno y relacionamiento con el mundo. Actualmente, las declaraciones de los allegados al Presidente electo del Brasil sugieren un cambio de la estrategia externa brasileña desde su histórico apoyo al multilateralismo y a la utilización del Mercosur como una potencial plataforma exportadora hacia una estrategia bilateralista como la de los Estados Unidos, posicionando al Brasil a partir de su potencial nacional.
En el plano local y paralelamente a la mayor participación internacional, las autoridades argentinas habían iniciado acciones para mejorar la competitividad de nuestro país. Lamentablemente, el alcance de estas iniciativas estuvo limitado por varios factores macroeconómicos (atraso cambiario, alta inflación, etc.). En lo que va de 2018, el sinceramiento cambiario en el marco del nuevo plan macroeconómico abre una mejor expectativa aunque, nuevamente, diversos factores podrían retrasar los resultados (altas tasas de interés reales, incertidumbre política por las próximas elecciones, etc). Para destacar, por primera vez desde enero de 2017 el balance comercial fue positivo en setiembre del corriente año (+USD 314 millones). Esta reversión del balance comercial se originó, sobre todo, en una fuerte caída de las importaciones (-21,2% con respecto a igual período del año anterior). Por su parte, las exportaciones exhibieron un aumento de precios pero una caída en su volumen. Aún pesan sobre nuestras ventas externas las consecuencias de la sequía. Sin embargo y auspiciosamente, los productos agropecuarios son los únicos que muestran una fuerte contracción en volumen dentro de la canasta exportadora. A la vez, los combustibles y la energía exhiben un sustancial aumento del 91% en valor en los primeros nueve meses del año. Los precios de nuestros exportables evolucionaron todos favorablemente en el año.
A pesar de la influencia negativa del clima, el complejo agroindustrial sigue siendo el único que presenta un saldo exportador neto positivo, que es estructural dada nuestra ventaja comparada en tierras aptas para la producción agropecuaria. Este sector ocupa el 50% de nuestras ventas externas y seguirá siendo la clave de mediano plazo para lograr un saldo de balance comercial positivo que contribuya a cubrir los repagos de deuda externa y que abastezca al país de divisas para inversiones. Afortunadamente, las expectativas para la producción agrícola de la campaña 2018-2019 son positivas. Los pronósticos indican una cosecha récord superior a los 130 millones de toneladas. La mejora en los volúmenes podría reflejarse sólo parcialmente en los valores exportados debido a que los precios internacionales se encuentran moderados por las mayores existencias internacionales disponibles y, en el caso de la soja, por una producción mundial abundante debido al aumento en los volúmenes en los Estados Unidos y el Brasil. Otro producto agroindustrial que ha venido contribuyendo al mayor volumen y valor de exportaciones es la carne vacuna, que este año superaría las 500.000 toneladas equivalente res con hueso y volvería a instalar a nuestro país como sexto exportador mundial.
En contraste con este panorama de mejora, los productores agropecuarios y empresarios en general, han manifestado algún grado de desaliento con la reciente imposición de derechos de exportación que consideran una medida contradictoria con los objetivos declarados por las autoridades. Siempre vale recordar que llas inversiones exportadoras requieren reglas estables.
En síntesis, aunque la Argentina muestra una estrategia bien direccionada, los desafíos externos son importantes y variados, a la vez que el ordenamiento económico interno deberá dar muestras de su consolidación. ¿Qué acciones complementarias se pueden ir avanzando teniendo en cuenta estos datos objetivos? En el escenario mundial descripto, está claro que la Argentina requerirá un perfil productivo ampliado. Ese perfil demandará inversiones públicas y privadas en investigación, desarrollo e infraestructura y, muy importante, nuevos talentos que empujen a nuestro país por el sendero de las nuevas tecnologías. Mientras tanto, nuestros expertos y cuerpo diplomático podrán ayudar a que se transite el escenario internacional conflictivo ganando mercados con una política pragmática. A la vez, debe recordarse que nuestro sector exportador agroindustrial seguirá siendo uno de nuestros mejores capitales y que en el largo plazo continuará proveyendo divisas y aportará al crecimiento general como todavía lo hace en Australia o Canadá.
Fuente: www.NetNews.com.ar
COMENTARIO
0 comentarios
IMPORTANTE: Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellas pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Aquel usuario que incluya en sus mensajes algun comentario violatorio del reglamento será eliminado e inhabilitado para volver a comentar.