Un trimestre para el olvido
El segundo trimestre del año tuvo datos para el olvido. Receso y alta inflación. El panorama del tercer trimestre no sería mucho mejor. Para el año entrante, sí hay espacio para un mayor optimismo. Sin embargo, los desafíos a mediano plazo son grandes: el punto de partida es un país de baja inversión y bajas ganancias de productividad. Y el programa de desarrollo del gobierno es un misterio.
Cerró el segundo trimestre del año con números para el olvido. Por un lado, la estimación de FIEL del PIB arrojó una caída de 2,4% interanual y de 0,5% comparado con el primer trimestre -corregido por estacionalidad-. Las caídas fueron generalizadas,
siendo los más castigados la industria (-7% interanual), la construcción (-8%), el comercio y la actividad de hoteles y restaurantes (ambos con caídas de 5% respecto del mismo trimestre del año 2015). Por otro lado, la recesión se dio en un contexto de alta inflación (40% interanual).
El panorama del tercer trimestre del año no sería mucho mejor. Proyectamos una contracción adicional del PIB y aunque la inflación debería ceder durante el trimestre, la medición de julio muestra una inflación núcleo mayor a la de los meses anteriores. Hacia adelante, sí hay espacio para un mayor optimismo porque habría varios factores que ayudarían a un rebote en la actividad,
que debería ser visible con mayor claridad el año próximo. Entre ellos,se destacan:
- La expansión prevista en la inversión pública que estuvo muy contenida durante los primeros meses del año, al menos en base caja.
- El aumento en el consumo que sería posible a partir de la mejora de ingresos de más de dos millones de jubilados y pensionados de ingresos medios.
- Alguna entrada adicional de capitales neta como consecuencia del blanqueo de capitales.
- La recuperación de salarios y jubilaciones en moneda constante como consecuencia de la menor tasa mensual de inflación y algunos ajustes en las negociaciones salariales.
Proyectamos un crecimiento entre 3 y 3.5% para 2017 con una tasa de inflación que estaría alrededor de 25% a finales de año. Comparado con una contracción de la economía cercana al 1% este año y una inflación de 39.5%, la mejora debería ser visible para el votante mediano.
Los desafíos de mediano plazo
El programa de desarrollo del gobierno es un misterio. El punto de partida es un país de baja inversión y bajas ganancias de productividad. Por un lado, aún en los mejores momentos del ciclo de commodities, la tasa de inversión de la Argentina (medida a precios constantes) no superó los 21.5% del PIB, muy por debajo de la inversión de Chile, Colombia o Perú. En 2015,
la inversión en la Argentina fue de sólo 19.5% del PIB y el primer trimestre de este año se redujo aún más, a 18.5%.
La Argentina tuvo un déficit externo de casi 3% del PIB el año pasado, aún a pesar de la baja tasa de inversión. Eso revela una insuficiencia de ahorro nacional importante. Detrás del problema de ahorro se esconden las acciones del gobierno. Entre 2008 y 2015, la inversión se mantuvo más o menos en los mismo niveles, pero el resultado externo empeoró en 4.5% del PIB similar a la reducción observada en el ahorro público (el ahorro privado no se modificó mucho).
El gobierno actual ha enfatizado los programas de inversión pública pero al mismo tiempo ha impulsado un aumento en el consumo público significativo por la decisión de aumentar los pagos a jubilados. No es claro cómo se recuperará la inversión privada y mucho menos claro es si el ahorro nacional podrá acompañarla o si sólo se apostará a un mayor déficit externo
con los riesgos que ello implica.
El problema de baja productividad es bastante general en toda la región. En la Argentina, las causas son muchas: baja calidad de la educación, deficiente inversión en infraestructura, economías cerradas o regulaciones ineficaces en los mercados de bienes y de trabajo, elevada presión tributaria con muchos impuestos “anti-
producción”.
Tampoco aquí la agenda del gobierno es clara. Se anuncian intenciones de avanzar en algunos acuerdos de libre comercio pero, mientras tanto, se mantiene una economía muy cerrada al comercio internacional probablemente justificado por la recesión en Brasil y el tamaño asimétrico entre ambas economías. Sin embargo, tampoco se observan avances en reformas estructurales. Se mantienen o se aumentan desgravaciones impositivas (por ejemplo, régimen de Tierra del Fuego, autopartes, reembolsos por puertos patagónicos) a pesar de que la experiencia internacional (y de la Argentina) sugiere que, en el mejor de los casos, son ineficaces para lograr el desarrollo. Y más allá del tema de accidentes de trabajo, ni siquiera se insinúa una agenda para lograr una regulación más moderna y eficiente de las relaciones laborales.
Es cierto que años de populismo pueden confundir a los analistas. Un ejemplo es la reacción de los sectores ultraprotegidos de la industria ante una medida inofensiva de normalizar el correo puerta a puerta del exterior, previo pago de los impuestos correspondientes (incluyendo los aranceles). La industria en 2015 tenía el mismo nivel de actividad que en 2010 a pesar de que el proteccionismo fue in crescendo. Los problemas no están en una mayor o menor protección (como tampoco lo estuvieron a finales de los 90). Al igual que entonces, la recesión y devaluación en Brasil no fue acompañada por el tipo de cambio local. El atraso cambiario, ahora complicado con falencias serias de infraestructura, altos impuestos y regulaciones ineficaces, explica mejor lo ocurrido.
La solución no pasa, entonces, por seguir cerrando la economía sino por resolver las ineficiencias que afectan a todos los sectores. Falta una agenda del desarrollo moderno que abandone el populismo en lo público, incluyendo la receta fácil (y equivocada) de evitar la competencia.
Por Daniel Artana, Economista de FIEL.
Fuente: Fundación FIEL
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