El GPS de la inserción comercial argentina, recalculando.
Magister en Relaciones y Negociaciones Internacionales.
La elección presidencial argentina plantea nuevos interrogantes sobre el futuro de la inserción comercial del país, con una incógnita que no estaba presente en comicios anteriores. Se trata de la continuidad del Mercosur, que hasta esta ocasión era aceptado como una especie de “política de Estado” entre las principales fuerzas políticas, y que ahora es cuestionado por el candidato más votado en la elección primaria.
Pero más allá de esta incógnita local, el mundo entero se encuentra en una situación para la que se aplica la etiqueta VICA (volátil, incierta, compleja y ambigua) popularizada por Zygmun Bauman.
En los últimos años sucesos como la presidencia de Donald Trump -en toda su dimensión, pero coronada por el escandaloso episodio final del Capitolio en enero de 2021-, el Brexit, la tumultuosa salida de Estados Unidos de Afganistán, y la invasión de Rusia a Ucrania, sacuden el escenario global.
Combinados con la lenta pero sostenida irrupción de India y China cómo actores de mayor peso, se da lugar a un cuadro general que desconcierta a los analistas, donde la postura más difundida es caracterizar al momento actual como “transición” -una manera elegante de decir que todavía no hay un diagnóstico definitivo. Aún en esa niebla, parece vislumbrarse con cierta seguridad la imagen de un mundo multipolar.
En ese marco, tal vez no sea tan extraño que la sociedad argentina, agobiada por la inflación y por una sensación general de vulnerabilidad económica y política, busque soluciones disruptivas para resolver problemas de larga data, lo que se deriva en un cuestionamiento sobre la integración internacional de Argentina.
Sin embargo, para los especialistas en comercio internacional la crítica al Mercosur no es una novedad. Desde los primeros años de funcionamiento del bloque se elevaron voces de alarma señalando el riesgo de lo que técnicamente denominamos cómo “desvío de comercio”.
Este fenómeno consiste en reemplazar proveedores internacionales extra-regionales por intra-regionales como consecuencia de la eliminación del arancel aduanero al interior del bloque -en nuestro caso sería dejar de comprarle a un fabricante estadounidense, asiático o europeo y pasar a abastecerse de uno brasileño, sólo porque éste ahora no afronta derechos de importación. Desde una perspectiva ortodoxa-liberal se interpreta que si, en igualdad de condiciones, antes se prefería un proveedor extra-regional, quiere decir que éste era más eficiente, y si con la creación de la unión aduanera ahora se pasa a comprarle al proveedor brasileño, ello implica que el proceso de integración está distorsionando el buen funcionamiento del mercado.
"Se necesita en definitiva una mirada profesional amplia, pragmática y no dogmática, en la reconfiguración de la inserción internacional de nuestro país"
En el caso del Mercosur hay suficiente evidencia de que se ha producido tanto desvío de comercio como creación genuina de nuevos flujos de intercambio intra y extra-zona.
La persistencia de un Arancel Externo Común tan alto, desde ya, es motivo de escándalo para un economista ortodoxo, porque da lugar a un mercado regional protegido, además de dificultar dar pasos más acelerados en pos del libre comercio como la firma de tratados de libre comercio (TLC) con las economías más grandes (el camino seguido por Chile) o una apertura unilateral generalizada -de la que no hay muchos ejemplos relevantes.
Ésa no es, sin embargo, la única manera de evaluar un proceso de integración. Los datos sobre el comercio internacional argentino muestran claramente que es en nuestras exportaciones a América Latina donde hay mayor contenido tecnológico y valor agregado nacional. En ese sentido, se confirma la tesis cepaliana que prioriza la integración entre países de niveles de desarrollo similar para promover el crecimiento de industrias locales, lo que se considera una condición necesaria para reducir la vulnerabilidad y dependencia que genera la primarización y concentración de las ventas al exterior, más allá de otros efectos positivos que pueden obtenerse en materia de equidad y sostenibilidad.
El Mercosur, con las mejoras que se le puedan introducir, es una buena plataforma para profundizar ese cambio estructural.
Por otro lado, si bien el Mercosur puede ser un freno para acelerar la firma de nuevos TLCs, también es un arma que permite lograr beneficios mayores a los que podrían alcanzarse en una negociación donde Argentina se presente por su cuenta.
La experiencia del acuerdo Mercosur-Unión Europea muestra que el libre comercio bien entendido es hoy una utopía, en vista de los limitados cupos desgravados que la UE aceptó conceder, por ejemplo, para las carnes o el maíz, debiendo para ello otorgarle nuestro bloque un acceso irrestricto a nuestro mercado para sus manufacturas industriales.
Al margen de que los productores europeos seguirán subsidiados con millones de euros, los cupos concedidos al Mercosur son tan exiguos que recién en cinco años se podría alcanzar (y ése sería el tope) una venta equivalente al aumento de exportación de carne argentina a China que se logró en el primer año posterior al logro de la autorización sanitaria. No cabe duda de que en una negociación sin acompañamiento de Brasil las concesiones que se podrían obtener serían aún menores.
Por cierto, esas autorizaciones sanitarias/fitosanitarias, que son vitales para un país exportador de alimentos como Argentina, dependen de la buena voluntad de los gobiernos, para lo cual es clave sostener una buena relación política, que no se vea perjudicada por “anteojeras” ideológicas.
Así lo entendió por ejemplo el presidente Mauricio Macri cuando suscribió una alianza estratégica con China materializada en nada menos que 35 acuerdos, o cuando participó de la cumbre de BRICS en Sudáfrica (2018).
Aún cuando BRICS no es un bloque comercial, sino un espacio de cooperación que por el momento no tiene siquiera un capítulo concreto dedicado al intercambio comercial, no deja de ser un foro donde están tres de los cinco mayores compradores de productos argentinos (destinos que suman cerca del 30% de nuestras exportaciones), con tendencia creciente -y en el caso de India fue en 2022 nuestra segunda mayor fuente de divisas netas por el superávit comercial.
Otro ejemplo interesante de hacia dónde van las negociaciones internacionales es el tratado USMCA que reemplazó al NAFTA, donde por primera vez se incorporó, por iniciativa de Donald Trump, un salario mínimo en las fábricas como condición para otorgar el beneficio del acceso libre de arancel.
Esa cláusula, así cómo la nueva tasa aduanera impuesta por la UE a las importaciones para compensar emisiones de carbono en los países de origen, o las consideraciones ambientales que obstaculizan en ese bloque la ratificación del acuerdo con Mercosur, por no mencionar las cada vez más frecuentes restricciones que adopta Estados Unidos contra las importaciones de China, o el reciente paquete de subsidios por 52.700 millones de dólares que Joe Biden otorgó a su industria micro-electrónica, sólo por citar algunos puntos, marcan una pauta de lo va a ser necesario, en este contexto, en la conducción de los asuntos de Estado.
Se necesita en definitiva una mirada profesional amplia, pragmática y no dogmática, en la reconfiguración de la inserción internacional de nuestro país.
Fuente: www.NetNews.com.ar
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