El comercio exterior en 2023: ¿malos resultados y buenas perspectivas?
Economista de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL) y miembro del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI).
La Argentina se encuentra atravesando una muy grave crisis macroeconómica. La consecuencia visible es una alta tasa de inflación resultante de desajustes serios en los principales mecanismos fiscales y monetarios. En esas condiciones se ha vuelto imprescindible que el comercio del país con el resto del mundo cumpla con su rol de proveer las divisas necesarias para el funcionamiento de la economía y para hacer frente al pago de las deudas que se fueron acumulando.
Por un lado, esas deudas también son el reflejo de los desajustes macroeconómicos Por el otro lado, la imposibilidad de acudir a los mercados financieros internacionales para solventarlas muestra la percepción negativa de los inversores sobre los riesgos políticos que afectan la evolución económica de nuestro país.
A contramano de las necesidades planteadas, en lo que va del año las exportaciones de mercaderías cayeron significativamente. La causa más importante, sin duda, ha sido la sequía que afectó a nuestra producción agroindustrial. Esta producción ocupa históricamente entre un 50 y un 60% de nuestras ventas externas. Es cierto también que los precios internacionales de nuestros productos este año no son tan remunerativos como los del año pasado, pero son suficientemente altos para un país tan competitivo como la Argentina en agroindustria, minería y petroquímica. Sin embargo, si se observa en detalle la evidencia, las exportaciones cayeron en todos los grandes rubros, desde todas las regiones del país y hacia todos nuestros principales clientes. La generalización del movimiento de caída es la expresión de un tipo de cambio insuficiente y un clima de negocios incierto que limitan la producción y las ventas al exterior. En los primeros ocho meses del año las exportaciones cayeron un 24%.
"los parches de la política exportadora sólo terminan confirmando la expectativa de una futura devaluación, recaudando algunos fondos para las reservas del Banco Central, sin resolver los problemas de fondo"
Las importaciones también cayeron en esos ocho meses un 10,3%. En este caso no ocurre como en el pasado cuando las compras al exterior se reducían por una desaceleración de la actividad interna. Aunque este fenómeno también está en curso, la mejor explicación es el racionamiento que ha impuesto el gobierno a fin de limitar el gasto de divisas. Ese racionamiento ha llevado a un desabastecimiento de insumos en algunos sectores industriales y a un comportamiento preventivo en todas las actividades. Además, el atraso del pago de la deuda por importaciones que tomaron las empresas con sus casas matrices o con sus proveedores en el exterior llegó a su límite. Para conseguir nuevos abastecimientos, nuestros proveedores externos deberán cobrar, primero, parte de sus ventas. A pesar de este comercio administrado, el saldo del balance comercial fue negativo en USD 6205 millones.
Es muy probable que en los próximos meses el resultado negativo no pueda modificarse, aunque el nivel del saldo final del balance comercial es difícil de estimar en el marco de las numerosas intervenciones públicas. En los hechos, las autoridades sólo apuntan al cortísimo plazo con programas de promoción de exportaciones regionales o con el incentivo periódico del dólar-soja que reconoce un tipo de cambio mayor para aquellos que se deciden a vender directamente o a abastecer a la industria de la molienda de oleaginosos. Esos exportadores de ocasión deben saldar deudas o comprar insumos en el corto plazo. Pero los parches de la política exportadora sólo terminan confirmando la expectativa de una futura devaluación, recaudando algunos fondos para las reservas del Banco Central, sin resolver los problemas de fondo. Todo esto, además, tiene consecuencias en las inversiones productivas que se pausan hasta que se despeje el escenario económico y político.
Con todo, existe un consenso de expertos y políticos que indica que, en el marco de un ordenamiento macroeconómico, la Argentina podrá demostrar una creciente capacidad exportadora incorporando productos de la minería y la energía y aumentando sus exportaciones agroindustriales. Si bien esas perspectivas podrían realizarse, la experiencia también indica que los resultados no serán inmediatos ni se alcanzarán en forma automática.
En primer lugar, las exportaciones argentinas nunca estuvieron bien diversificadas lo que genera riesgos frente a eventos climáticos que podrían ser más frecuentes en el futuro y frente a las fluctuaciones de los precios internacionales. En los últimos años, además, las ventas externas se han concentrado crecientemente en pocos productos. Casi el 80% corresponde a la agroindustria, petróleo y petroquímica, minería y la industria automotriz. Como se observa en el Gráfico, los productos primarios que incluyen al agro y a los minerales básicos y los productos manufacturados del agro (MOA, principalmente la industria de molienda de soja), han dominado la composición de las exportaciones con una participación del 65% entre 2021 y 2022. En el caso de las manufacturas de origen industrial (MOI) sobresalen la industria automotriz, la química y la elaboración de metales (participación del 25%). Cabe notar que en el caso automotriz, el comercio es administrado y depende en gran parte del intercambio dentro del MERCOSUR (ver Gráfico).
Además, para todo el espectro de productos exportables, el país ha experimentado reiteradamente que el camino de la devaluación cambiaria es estéril si no se acompaña de las reformas necesarias para aumentar la productividad.
En segundo lugar, más allá de la exportación de productos básicos, invertir en un producto de exportación y ganar mercados para su colocación lleva tiempo de modo que el crecimiento exportador de la Argentina ha sufrido permanentemente el desaliento de un horizonte muy corto de operaciones. Esto determinó que nuestro país aprovechara sólo parcialmente el proceso de globalización iniciado en los 90 que se ha ido desacelerando en los últimos diez años. Durante ese proceso muchos países en desarrollo aprovecharon sus ventajas comparativas en mano de obra (Asia y México) o en recursos naturales (varios países en América del Sur) para mejorar su inserción internacional. La Argentina deberá intentarlo en un escenario internacional diferente, más fragmentado, de menor crecimiento del comercio, con mudanzas en las cadenas globales de valor y con una muy probable desaceleración del crecimiento de uno de sus principales clientes, China.
Con todo, se pueden también contabilizar muchos elementos a favor de nuestro potencial despegue exportador vinculados a la sostenibilidad ambiental de nuestra producción, la capacidad de adaptación de las empresas locales al rápido cambio tecnológico y nuestra mano de obra calificada, entre otros. El diseño de una estrategia externa orientada a los objetivos de aumentar nuestra inserción internacional deberá recoger y elaborar esta información y estar lista para activarse cuando las condiciones internas lo permitan.
Una vez más hay que repetir que para crecer el país necesita exportar, pero para hacerlo deberá ordenar primero su macroeconomía. Acortar los plazos de estos logros es fundamental para mejorar las condiciones de vida de nuestra población.
Fuente: www.NetNews.com.ar
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