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POLITICA 09.08.2016

El populismo energético, otra grave herencia de los 12 años de despilfarro

Por Dr. Jorge R. Enríquez. Consejero – Secretario General – en el Consejo de la Magistratura (Ciudad Autónoma de Buenos Aires) en representación del estamento de los abogados, integrando el Comité Ejecutivo de dicha institución.

Preside la agrupación Justa Causa.

 @enriquezjorge                                                           

 

La cuestión de las tarifas de la energía está en el centro del debate público por estas horas. Y está bien que así sea, porque ejemplifica de modo elocuente un fenómeno más amplio en el que se inscribe, el del populismo. El populismo se acentuó dramáticamente en los últimos doce años, pero su incidencia en la vida argentina es mucho más antigua. Ha permeado de tal modo nuestra cultura, nuestros hábitos, que no es fácil de erradicar. El primer paso, claro, es no tener un gobierno populista, pero mientras no cambie la mentalidad de gran parte de los argentinos, el mejor gobierno tendrá grandes problemas para revertir la decadencia.

¿Qué es, en resumidas palabras, el populismo? El sacrificio del futuro en el altar del presente. El tema tarifario lo ilustra con claridad. ¿Por qué nos falta energía y debemos importarla a un costo que agrava considerablemente el ya alto déficit fiscal? Porque durante más de doce años las tarifas del gas y la electricidad estuvieron congelados, pese a que en ese período la inflación creció considerablemente. 

Las consecuencias fueron la disminución de la inversión (nadie invierte para perder plata) y el aumento exorbitante de la demanda (un bien que se abarata es más demandado). Mientras los países serios procuran que sus habitantes restrinjan el consumo de la energía – por varios motivos, entre otros, ambientales -, nosotros la dilapidábamos alegremente. Mayor demanda y menor oferta fue un cocktail explosivo. De sobrarnos la energía, pasamos a necesitar importarla.

 

“Las consecuencias fueron la disminución de la inversión (nadie invierte para perder plata) y el aumento exorbitante de la demanda (un bien que se abarata es más demandado)

 

¿Cómo se soluciona este grave problema,  que no solo afecta nuestra calidad de vida sino que es un freno al crecimiento de la producción? Por varios caminos, pero fundamentalmente emitiendo señales favorables para la inversión. Reglas claras y permanentes, respeto por los contratos, seguridad jurídica. Y, también, un sinceramiento de las tarifas para que invertir en el sector sea atractivo y no una vía segura para la quiebra. 

Por supuesto, esto último no es agradable para nadie. Todos nos acostumbramos a derrochar la energía y a creer que era un servicio virtualmente gratuito. Pero no lo es. El gobierno nacional comenzó esa tarea de sinceramiento, mediante medidas que contemplan también la protección de los sectores más vulnerables. Es probable que se hayan cometido errores. Los que se han detectado, ya se están revisando. Pero nadie en su sano juicio puede pensar que sin un aumento de las tarifas podamos resolver la cuestión energética. 

Los que se niegan a ese aumento, deberán explicar si proponen pagar la energía con más inflación, más deuda o más impuestos. Porque lo que no se paga de una forma se paga de otra. No hay almuerzos gratis. Los jueces deben también comprender las consecuencias de sus decisiones. No es necesario que sigan cursos de Economía y Derecho. El más elemental sentido común debería persuadirlos de la necesidad de terminar de una vez con el populismo energético, si es que queremos edificar un futuro de efectiva mejora de la calidad de vida.

 

 

 

 

Fuente: www.NetNews.com.ar

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