Ante una opción histórica
El 22 de octubre la sociedad argentina enfrenta una decisión de gran importancia histórica. El resultado de las elecciones legislativas va a determinar si el país retoma el camino que en algún momento lo llevó al progreso o si continúa avanzando por el camino de la decadencia por el que lo ha llevado el populismo en los últimos setenta años.
Aunque es un fenómeno antiguo y universal, no hay otro país en el mundo donde el populismo haya tenido tanto éxito como en Argentina, obviamente en términos electorales. Aunque el peronismo –la expresión política más perfecta del populismo vernáculo– es el principal responsable de la decadencia argentina, hasta diciembre de 2015 fue el principal protagonista de la escena política del país gracias al apoyo de una mayoría de argentinos.
Debería ser una decisión fácil abandonar el populismo: convirtió a un país rico en un país pobre. Sin embargo, parece no serlo para una parte importante de la población. Para este grupo, la adicción al populismo sigue siendo fuerte. Quizás porque genera satisfacciones emocionales que neutralizan su alto costo. Porque aunque es cierto que el populismo siempre beneficia económicamente a algunos (los amigos del poder) también es cierto que inevitablemente empobrece a la mayoría. Alguien podría pensar que estamos ante un fenómeno similar, a nivel colectivo, al de las relaciones tóxicas. Es decir, algo que habría que analizar no ya desde la ciencia política sino con el prisma de la antropología y la psicología social.
Sea como fuere, el 22 de octubre la sociedad argentina podrá demostrar si puede poner fin a su relación tóxica con el populismo. Si así lo demuestra estaremos frente a la posibilidad real de ensayar un cambio de paradigma. Digo posibilidad porque el cambio de paradigma sólo se va a dar si sigue siendo validado en las urnas. Y esta validación electoral debe indefectiblemente traducirse en reformas estructurales. Caso contrario en pocos años nos encontraremos ante otro déjà vu.
A algunos quizás les parezca que el cambio que propone el gobierno es demasiado gradual. Pero cambiar la decadencia por el progreso es un proyecto generacional –es decir, de varias décadas– que requiere avanzar de manera sostenida en varios frentes. Como en la guerra de trincheras, es necesario tomar una posición y defenderla tenazmente. Avanzar demasiado rápido y sin suficiente apoyo puede terminar siendo contraproducente, ya que genera una reacción contraria que termina neutralizando el esfuerzo (el famoso “péndulo”). En este proceso de cambio gradual y sostenido, las reformas políticas e institucionales son más importantes que cualquier reforma económica, ya que la última no es sustentable en el tiempo sin las primeras. Una economía libre y competitiva no es consistente con instituciones políticas semi-feudales como las que existen en la Argentina tanto a nivel nacional como provincial y municipal.
Lo antedicho no significa que en el plano económico haya mucho margen de maniobra o flexibilidad para dilatar las reformas. No lo hay, especialmente en el plano fiscal y laboral. Y este es quizás el desafío más importante que enfrenta el gobierno en el corto y mediano plazo. El nivel de gasto público actual (casi 50% del PBI) es un lastre que agobia a la economía y los altos costos laborales –combinación de altos impuestos y un régimen legal anticuado– le restan competitividad. Respecto al gasto, si no es viable políticamente reducirlo de manera abrupta –y en esa evaluación el gobierno ha demostrado mejor capacidad que sus críticos– al menos es necesario demostrar que se avanza y se cumplen las metas anunciadas a los mercados. Además, es necesario mostrar austeridad en el manejo de los fondos de los contribuyentes a todo los niveles de la administración pública evitando gastos superfluos. En cuanto a la reforma laboral, se hace más urgente por la que está se implementando en Brasil. Sin un cambio en este frente, y en un escenario de dólar fuerte por el ingreso de capitales, el sector exportador (el más dinámico de la economía argentina) se verá forzado a seguir haciendo un ajuste. Es necesario recordar que en Argentina, el gasto público y el tipo de cambio real se mueven en dirección opuesta. Si el sector público no hace un ajuste, por fuerza lo debe hacer el sector privado. El problema es que el crecimiento viene de este último y no del primero.
Todas estas disquisiciones tienen sentido si el 22 de octubre los argentinos deciden apostar a un cambio de paradigma. Esperemos que así sea.
Por Emilio Ocampo.
@ocampo_emilio
Licenciado en Economía en la UBA, MBA en la Universidad de Chicago. Fue ejecutivo de bancos de primera línea en Nueva York y Londres. Escritor, historiador, consultor financiero y profesor.
Fuente: www.NetNews.com.ar
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