LA DEMOCRACIA QUE NO GUSTA
Hace un poco más de 200 años, hubo una especie de consenso universal que determinó que la mejor forma de gobierno es la democracia. A pesar de que la historia del hombre es la historia de la monarquía por obvias razones, la Modernidad nos empujó a todos a tener que optar constantemente por nuevos gobernantes. De esa manera cualquier persona, con o sin conocimiento, tiene el derecho y la obligación de decidir qué persona le parece apta para gobernar un país.
Esta idea bastante ridícula si uno se la pone a pensar bien, es la que habilitó a lo largo de estos dos siglos, todo tipo de políticas, desde guillotinar gente hasta provocar genocidios, guerras mundiales y demás atrocidades. Afirmaremos en este artículo que la democracia es una institución fundada sobre ideas del espectro de la izquierda y que, gracias a los propios errores cometidos por sus propios fundadores, hoy la derecha puede gobernar y quizás, tirar abajo ciertos fundamentos considerados intocables.
El fin de la cristiandad medieval dio paso a lo que los historiadores han llamado la Modernidad, coincidente también con el inicio del Renacimiento. Este movimiento venía a reivindicar la filosofía, la cultura y la política de los antiguos, y procedió a mezclar todas esas ideas con esta nueva era. Fue así que los términos de “república” y “democracia” comenzaron a tener un significado demasiado positivo y a meterse nuevamente a jugar en la política.
Es en este momento donde ubicamos, por ejemplo, el gran auge de las repúblicas italianas, como Florencia o Venecia, y el esplendor que las caracterizó, y su gran defensa de las instituciones republicanas (aunque si escarbamos un poquito más detrás de esta afirmación, veremos que, en realidad, no había ni democracia ni república ni nada semejante, sino una aristocracia cuyo discurso era uno y su acción, otra).
Junto con la Modernidad comenzaron las críticas a la sociedad, sus tradiciones, su filosofía, su religión, y por supuesto, a la forma de gobierno. Con el auge de las ideas de la Ilustración, vimos cómo la ciencia y las luces iluminaban las cabezas de los reyes de Francia, guillotinados en nombre de la libertad. Asistimos al surgimiento de la idea de un pueblo que debía gobernar, que debía ser representado en un congreso, la idea de que un gobernante no debía ser elegido por Dios, sino por las masas, es decir, implementar un sistema democrático.
Estas ideas calaron profundamente, al punto tal de que hay una nación entera que sienta sus pilares sobre esta concepción: Estados Unidos. Pero como dijimos antes, toda esta idea viene claramente de un sector bien definido: la izquierda liberal. Por ende podemos afirmar sin ningún temor, siguiendo la concepción de Mauricie Duverger, que la democracia moderna es un producto de la izquierda, que fue diseñada por esta facción, que responde a ellos y que sus representantes consideran que deben ser ellos los únicos habilitados a ejercer el poder. Y digamos que tienen un poquito de razón. ¿Por qué hice toda esta introducción histórica? Porque nos ayuda a comprender por qué la izquierda actual está tan aturdida con el nuevo triunfo de Donald Trump, y en nuestro caso, de Javier Milei.
Un sector muy pequeño de la población consideró que ellos eran la voz del pueblo, pero estoy convencida que ningún pueblo pedía el asesinato de sus reyes, ni la expropiación de tierras, ni un cambio de religión, ni de forma de gobierno, ni ninguna guerra mundial con sus campos de exterminio. Es decir: el pueblo como tal no se puso de acuerdo para cometer estos actos, sino que fueron producto de un grupo minoritario de revolucionarios, que afirmó saber cuál era la voluntad popular. Y lo lograron bastante bien. 200 años después su sistema de gobierno está totalmente afianzado en lo que conocemos como Occidente.
Pero de repente, de a poquito, el otro grupo que había sido olvidado y pisoteado, empezó a aparecer en escena nuevamente. Las políticas llevadas a cabo durante todo este tiempo, habían llevado a un profundo sueño a las personas de derecha, que un día se sintieron lo suficientemente violentadas como para no seguir en letargo. La izquierda comenzó a perder representación, de repente “el pueblo” parecía haberle soltado la mano. Y el juego de la democracia que habían inventado ellos, se les fue de las manos, literalmente, y pasó a otras que predican todo lo contrario a lo que se intentó imponer durante estos siglos.
Perdieron en su propia ley y aún no pueden salir del shock. No lo comprenden, no ven el por qué, no entienden en qué fallaron y quizás, ya no están muy seguros de que la democracia siga siendo ese modelo ideal con el que soñaron los guillotinadores o los founding fathers. O sí, y tendrán que soportar el péndulo de la política democrática, esa que dice que el pueblo nunca se equivoca.
Los vemos aturdidos y cuestionantes, acusando al pueblo que ayer los eligió a ellos, de haber actuado de forma democrática, y haber elegido a otros. El “cordón sanitario de izquierda” como le dicen en Europa a la unión de todos los partidos de esa orientación, pareciera estar resquebrajándose. Pero ¿a nadie le hace ruido ese nombre de “cordón sanitario”? El resto de la población que vota a la derecha ¿está enferma que necesita un cordón sanitario para ser alejada del resto? Después se preguntan por qué perdieron.
Perdieron porque la democracia es esto. Es la tiranía del relativismo, de que hoy tiene razón uno y mañana otro. Y perdieron por haber molestado demasiado a los cimientos de la nación, a las familias, a los productores, a la gente común. Esto no es una victoria, porque mañana ganarán de nuevo. Es quizás una revancha, o una alerta de que todavía los valores tradicionales de la derecha están presentes en Occidente.
Artículo publicado en DESAFÍO EXPORTAR diciembre 2024
Fuente: www.NetNews.com.ar
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