Miércoles, 24 de Abril de 2024 | 03:09

Ensayo sobre política, economía y pobreza

Por Dr. Eduardo Filgueira Lima. Magister en Sistemas de Salud y Seguridad Social. Magister en Economía y Ciencias Políticas. Director del CEPyS.

“Ensayo sobre política, economía y pobreza” (Políticas Públicas Comparadas-2013)

Qué es Pobreza?

 

¿Cuáles son las consideraciones que necesariamente debemos tener en cuenta respecto de la pobreza? En general se parte del concepto que pobre es aquel “que no tiene, o tiene escasamente, lo necesario para vivir”.

Este parece cuando menos un criterio reduccionista que sólo acota el concepto de pobreza a “carencia de ingresos” y por lo mismo para su comprensión, establece arbitrariamente una “línea de pobreza”, por debajo de la cual se encuentran aquellos que no están en condiciones de acceso a una canasta básica de bienes.

Pero existen múltiples estudios que permiten una comprensión de la pobreza como un fenómeno multidimensional. Esto es decir que la pobreza supone no solo carencia de ingresos sino una multiplicidad de privaciones que se interrelacionan y condicionan su interdependencia.

Lo anterior deja en penumbras otras variables de importancia ya que excluye expectativas y preferencias personales, la consideración de otros “bienes intangibles”, consideraciones sobre las posibles trayectorias de vida, es además manipulable y arbitrariamente (solo “cuenta pobres”), en el mismo sentido que facilitador de los intereses de un gobierno.

En un conjunto social resulta preciso definir quienes (y cuantos) son pobres, porque ello define la estructura y conformación de la sociedad tanto como en qué medida resulta inclusiva o excluyente, pero además asumir la brecha existente entre diferentes “grados” (o niveles) de pobreza.

A su vez muchos de los considerados “no pobres” pueden convertirse en tales desde una perspectiva de vulnerabilidad o por circunstancias imprevisibles que los desplazan a una condición a la que no esperaban acceder. Esto explica la dinámica de las circunstancias y condición de “ser pobre”, que en muchos casos se encuentra más ligada a la evolución de los ciclos económicos, al mercado de trabajo y a otras variables, que a la perspectiva individual de previsión y resguardo. (Un ejemplo de ello es lo acaecido en nuestro país en la crisis del 2001).

Es por ello que el análisis unidimensional puede simplificar la comprensión del fenómeno y servir en líneas generales como una referencia, pero cuyas limitaciones deben ser comprendidas, ya que omite el análisis de aspectos culturales, condicionantes políticos, económicos, sociales, educativos, etc. que por su naturaleza dificultan mucho más una clara distinción entre el “ser pobre”, el que no lo es pero se considera “en riesgo” y el que puede dejar de serlo.

La pobreza no puede objetivarse solo comparando los ingresos con una arbitraria línea, no puede limitarse a una comparación cuantitativa, ya que omite la complejidad del problema, nos presenta una visión reduccionista y desestima las consecuencias de “ser pobre” en sus múltiples dimensiones.

Así es que no debemos perder de vista el circuito vicioso que se establece para el sostenimiento en el tiempo de la pobreza, su reproducción intergeneracional, a los que no se les permite visualizar ningún camino de salida, lo que conduce a la aceptación de la misma, su inevitabilidad y su perpetuación a través de erróneas políticas públicas que suponen la contención pero niegan la salida. Además con la reproducción intergeneracional de la pobreza, los aspectos culturales se extienden más allá del núcleo originario, existe imposibilidad de ofrecer a los hijos oportunidades de educación –por otra parte a esta altura ya devaluada por sí– y con ellos se reproduce la carencia de horizontes.

Desde ya que en una sociedad las diferencias existentes entre los individuos en lo referente a expectativas, preferencias, capacidad, dedicación, esfuerzo personal, oportunidades generadas o espontáneas, las decisiones, etc. son tan grandes que resulta imposible suponer homogeneidad en las condiciones de vida, en los derroteros y en los resultados. Pero si es cierto que el análisis de las condiciones de diferentes sociedades nos permite concluir que aquellas con mayor desarrollo terminan por ofrecer a todos mayores oportunidades y aun existiendo pobres, su número es siempre proporcionalmente menor.

Del análisis no pueden omitirse, por un lado los procesos que son causa de la  pobreza y por otro aquellos que son consecuencia de la misma. De ello se desprende considerar que la primera política pública social es la política económica.

Es cierto que muchos parten del supuesto que la generación de pobres en una sociedad obedece a lo que llaman “la injusta distribución de la riqueza”. Y se esmeran en detallar las diferencias existentes entre aquellos que han obtenido más y los que no han logrado el mismo (o similar) bienestar. Esta concepción expresa interpretaciones igualitaristas, que finalmente para lograrlo “igualan hacia abajo”, reduciendo las posibilidades de todos. La aceptación de diferencias parece a estas posiciones moralmente inaceptable. Pero la realidad de la naturaleza humana nos hace inevitablemente diferentes y forzar torcer esta condición desde una opción política colectivista resulta tan dañino para el conjunto social, como inevitablemente estéril y pernicioso para los que se supone beneficiar.

 

En función de ello dos aspectos son de su especial preocupación:

  • cuantificar las diferencias entre quintiles o deciles de los extremos y para ello utilizan diversos indicadores entre los que se destaca el Índice de Gini, a partir de lo que infieren que la pobreza (de grupos de población) es resultado de la desigual distribución de ingresos (que es lo que supone que los unos “ricos” se apropian de lo que es de otros que resultan “pobres”), y a partir ello consideran que el único mecanismo válido

 

  • para superar una situación de inequidad (que en realidad consideran de desigualdad, que no es lo mismo), es la “redistribución de ingresos”, por cualquier mecanismo por arbitrario que sea, tarea que deben llevar adelante los gobiernos, ante el supuesto de que el mercado está imposibilitado de alcanzar un óptimo paretiano: distribuye inequitativamente y enriquece más a los ricos, mientras empobrece más a los pobres.

 

En realidad los pobres como mencioné resultan consecuencia de innumerables condiciones –muchas propias (transferidas por ejemplo culturalmente) e imposibles desde su situación de superar– y otras derivadas de una sociedad que por su estructura, dinámica, mercado de trabajo, políticas económicas, políticas públicas e intereses políticos no les ofrece mejores oportunidades ni condiciones de salida, por lo que los mantiene en su precaria situación.  

 

II Las Políticas Económicas y la Pobreza:

 

La persistencia de la pobreza finalmente resulta una pesada carga para el conjunto social –imposible de superar una vez iniciado su diagnóstico erróneo y planteadas soluciones equívocas– porque a medida que más se excluyen del proceso productivo (el que de por sí se reduce), más recursos son necesarios para su asistencia.

El análisis –que considero interesado– no solo es sesgado sino inverso: la pobreza existe tanto más cuanto un país es más pobre y menos desarrollado, ofrece menos oportunidades a todos sus habitantes-ciudadanos y condiciona circunstancias de vida que debieran ser superables, sin recurrir a mecanismos distorsivos como una arbitraria redistribución que solo beneficia a los intermediarios de transferir los recursos.

Contrariamente a lo declamado, el Índice de Gini es mayor en países que han logrado un “desarrollo incompleto” (me refiero a desarrollo político, económico y social), y resulta expresión de estas condiciones.

Es bajo en los países sin ningún desarrollo porque allí todos son igualmente pobres y en los países desarrollados porque la mayor parte de sus habitantes han podido acceder a mayores y mejores oportunidades,.. “igualando hacia arriba”.

No es la distribución desigual (mayor Índice de Gini) la que genera pobreza sino, por el contrario, la ausencia de suficiente desarrollo lo que genera mayor desigualdad. Cómo explicar sino que países con similar Índice de Gini puedan tener indicadores de pobreza totalmente disímiles?

Para dar ejemplos concretos: la disparidad del índice de Gini en Chile (tanto entre deciles –0,52– como en quintiles de los extremos) es similar a la existente en la Argentina (entre deciles 0,49). Y como se ve en Chile aún es un poco mayor. Sin embargo, el indicador pobreza es en la Argentina tres veces más alto que en Chile. Es decir que, tomando como referencia una sola dimensión (la del ingreso), en Chile solo los integrantes del último decil (el 10%) no alcanzan a satisfacer la canasta básica de bienes y servicios (en números absolutos 1, 4 millones de personas). Mientras que, por otra parte, en la Argentina casi los tres últimos deciles (25% de la población) o lo que es lo mismo una de cada cuatro personas (en números absolutos 10,25 millones de personas) se encuentran en situación de pobreza (según ingresos 2013).

Otro informe señala que un niño pobre nacido en Chile tiene diez veces más posibilidades de salir de su condición, que otro nacido en la Argentina. Y en ambos países el Índice de Gini es similar (incluso algo mayor en Chile).

Lo que no debe perderse de vista y explica en gran medida las diferencias es que Chile ha adoptado una economía abierta, con mínima intervención estatal, con estímulo permanente a la actividad privada y al libre intercambio, que le han permitido insertarse en el mundo. Es  decir políticas económicas que han generado más riqueza lo que ha favorecido que los ingresos de solo el 10% de la población no alcancen el costo de los bienes básicos.

Sin embargo estos “pobres” tienen muchas más oportunidades para superar su condición que en nuestro país que, durante más de una década el Estado intervino en la estatización de empresas; asistencia social; gran presión tributaria; restricciones al libre intercambio, etc). Y es por todo ello que se pierden inversiones y fuentes de trabajo.

La mantención del aparato asistencial-clientelar requiere otros bienes para sostener el intercambio y es por ello que el empleo público (también fuente de prebendas) se incrementa más que el empleo privado. Y cuando aumenta el empleo público, se reduce la productividad media y se afecta la competitividad. Las malas políticas económicas, generan una masa de dependientes sin opción. El populismo y el clientelismo político hacen el resto.  

Estas son las políticas que generan y perpetuán la pobreza, a pesar de la multiplicidad de planes. El círculo vicioso se establece entre las políticas económicas y la generación de pobreza, que se ve perpetuada por el asistencialismo redistribucionista. 

Una correlación que permite un análisis más preciso de lo que expresado se puede observar en el siguiente gráfico que muestra una fuerte relación entre el Índice de Desarrollo Humano (IDH) con el Ingreso bruto per cápita (expresado por su logaritmo), en una muestra de 150 países.

 

 

                                        

 

El IDH es un indicador que surge de tres variables (las dos primeras “bienes intangibles”): 1) Índice compuesto de educación, 2) Índice compuesto de salud y 3) el ingreso en PBI/cápita

Los términos, ideas y expresiones se han desvirtuado e –intencionalmente– la clara correlación anterior se ha desestimado y desde otra perspectiva ideológica se alimentan intereses de ideologías colectivistas: mayor intervención del Estado (no solo en la regulación sino incluso en la propiedad o apropiación de medios de producción: las empresas del estado), manejo discrecional de los fondos públicos (redistribución) con sus consecuencias de clientelismo político, discrecionalidad, corrupción, perpetuación de la pobreza porque ello (es consecuencia) y hace a sus fines: ejercicio del poder disfrazado de benevolencia y cuidado de los más desprotegidos. Lo único que puede concluirse es que la pobreza conviene a muchos que la explotan en nombre de un supuesto “bien común”. 

 

III Pobreza y clientelismo político:

 

  •  Las políticas redistributivas implícitamente resultan “asistencialistas”, generan una mutua dependencia –entre el “dador” que ejerce el poder de dar y el “receptor” que tiene necesidades– perversa relación de la política con sus supuestamente asistidos que finalmente son clientes cuya contraprestación es la lealtad y sumisión.
  • Se basan solo en principios de “beneficencia”, vulnerando aspectos de autonomía y libertad individual como derecho básico, porque presuponen responder a “necesidades” (que las imponen concesionadas): ¿Quién determina qué, cuánto y quién necesita qué cosas? ¿Quién determina cuánto del esfuerzo requerible ha puesto proporcionalmente cada uno?
  •  Es decir los criterios se concentran en un decisor que ejerce el poder, pero a través del mismo lo perpetúa y genera una legión de dependientes que se someten a la voluntad del caudillo de la comarca. Mientras éste -a su vez- le debe lealtad partidaria. Mucho peor aún cuando el financiamiento de estas políticas proviene de los recursos del Estado con base regresiva y se transforman en solo un circuito que asigna escasos recursos, para proveer malos servicios a los mismos de quienes mayoritariamente se financia.
  • La administración de los recursos es frecuentemente direccionada para cubrir a los adeptos –entre otras asignaciones perversas– lo que conlleva y promueve un alto grado de corrupción. Esto se refiere a que no solo se financia a los que se supone proteger pero se mantiene en la misma condición, sino que además una gran parte de los recursos son destinados a financiar obras realizadas por los amigos del poder: no existe mayor grado de corrupción que la que surge de la asociación política con grupos de interés empresarial (obras no ejecutadas, carencia de inversiones, subsidios cruzados, sobreprecios etc.) y que a su vez tiene tanto o mayor costo para el país que lo que se destina a “planes focalizados”.
  •  La generación de mutua interdependencia permite una vinculación circular de subsistencia política, con la apariencia de aporte “caritativo” que solo sostiene el statu quo y vulnera las necesidades reales de los más necesitados, sus perspectivas futuras y con ello su dignidad.
  • Todo ello se sostiene además –y reafirma– en una enorme cantidad de ciudadanos cuyas condiciones de vida en realidad no cambian, luchan por recibir lo que se les ofrece como si fuera lo que en realidad merecen y no por la real satisfacción a sus necesidades.
  • Todo ello es posible además con mucha mayor facilidad en países en los existe tanto una baja participación de la ciudadanía y aceptación de su baja calidad institucional.
  • Se establece una relación de dependencia (y poder) en función de la explotación de las necesidades no satisfechas de amplios grupos de población marginada, que no tienen opción de elegir y por lo mismo se trafica con su libertad.
  • Los costos de transacción derivados del clientelismo político son elevados y los soporta toda la sociedad.
  • Estas políticas significan una carga importante y creciente para toda la sociedad que contribuye significativamente a limitar el desarrollo del país, por un lado, por la pérdida de productividad de aquellos que no producen y, por otro, por la necesidad de crecientes recursos para asistir la espiral inflacionaria de su carga económica.

 

IV Bienes Intangibles y Pobreza:

 

Existen bienes intangibles, que son necesarios para posibilitar el desarrollo personal. En la tarea de “educar” los servicios adolecen de graves deficiencias. Es el mismo Estado que, por su propia baja calidad institucional promueve “escuelas pobres para los pobres”, lo que constituye una barrera para superar la condición de pobreza, patrón que se agrava cuando el análisis se desagrega por niveles.

El deterioro de la calidad educativa ha afectado a nuestro país en mayor grado que a otros países latinoamericanos rezagados hace apenas veinte años respecto al nuestro y habiéndonos superado hoy en día en la tasa de escolaridad, número de días con actividad docente y en la tasa de deserción escolar. Lo que en realidad sucede es que ha dejado de verse la educación en todos sus niveles, como un paso necesario e integrador a la actividad social y productiva.

Pero en educación no se genera la demanda desde la necesidad, en especial porque las carencias imposibilitan percibir lo imprescindible que aquella resulta para la superación de estas. La misma escuela se encarga de discriminar y segregar a los pobres condicionando un agregado a su pobreza y generando su actual y futura exclusión.

Por otra parte, el deterioro de la escuela –y en especial del recurso humano en el área– la cuestiona como “dador” y generador de educación para quienes más la necesitan. Hoy la escuela solo promueve la selección de los mejores (o los que tienen mejores posibilidades), facilitando la exclusión de “los otros”, en virtud de “malas intervenciones educativas”. (Sergio España). Por otra parte la brecha cultural e informática entre nuestros países y los desarrollados es creciente, cuando precisamente se habla de la “sociedad de la información y el conocimiento”.

En América Latina y el Caribe existen más de 30 millones de analfabetos. Más allá de ese número que es de por si impactante, casi el 40% de la población no terminó la escuela primaria y el 35% de los jóvenes entre 17 y 25 años no estudia ni trabaja (en nuestro país alcanza a un millón de jóvenes –el 24%– llamados “ni-ni”) y mientras el promedio de años de escolaridad de los que pertenecen a las familias de mayores ingresos alcanza los once años, los de menores ingresos solo reciben en promedio tres años. En cuanto al nivel alcanzado por la PEA (Población Económicamente Activa), en nuestros países casi el 60% no ha completado sus estudios secundarios, mientras que en países desarrollados ese porcentaje no supera el 18%.

La baja calificación en materia educativa deriva en desocupación y trabajo informal, con bajos salarios.

La persistencia de un núcleo duro de pobreza que ronda el 29% de la población argentina se comprueba al medir las condiciones de hábitat, educación, situación laboral y alimentación, entre otras variables.

El problema se presenta como consecuencia de la carencia de políticas económicas que generen riqueza, un aparato político que mantiene en la dependencia y que no facilita los instrumentos adecuados para que el pobre pueda superar su condición. Las políticas públicas además deben ser direccionadas hacia aquellas que posibilitan el incremento del “capital humano” (en especial salud y educación) cuidando la calidad de los servicios provistos, cuyo monopolio no debe estar en manos del Estado y en los que la competencia y libertad de elección resultan fundamentales para la mejora de todos.

A partir de allí las diferencias entre los extremos que tanto preocupan a los igualitaristas (Índice de Gini) serán menores, aunque no necesariamente, ya que más que igualar, lo que necesitamos es reducir la pobreza. 

Los individuos necesitan “sentirse incluidos” en la carretera de la producción, como medio de ingreso al conjunto social y como medio de acceso a la participación política y los bienes que hacen a su calidad de vida, como salud y educación. Cuando se queda fuera de los circuitos se ingresa en la exclusión: enorme paradoja “ingresar” en el “estar afuera”.

 

Pobreza con altas tasas de crecimiento

 

¿Qué es lo que mantiene los altos índices de pobreza ante un crecimiento que se declamó “a tasas chinas”? La apuesta por una economía cerrada que no puede sostener la premisa de Singer-Prebisch (“vivir con lo nuestro”) por suponer que los intercambios son de suma “0”. Los intercambios son de suma positiva y a través de ellos un país crece, invierte, produce y genera riqueza.

La asistencia redistributiva no alcanza a todos, no resuelve el problema, distribuye discrecionalmente y es un “agujero negro” de perpetuación de las condiciones, resultando a su vez ineficiente. Lo que inevitablemente nos conduce a que lo que debe generarse son las condiciones y dotar de instrumentos válidos en una sociedad que “ofrezca alternativas y oportunidades” para que cada uno pueda construir su derrotero de vida.

La condición inherente al populismo es siempre gastar más de lo que se produce. Su “parecer” progresista, con su definida intervención del Estado para rescatar el ideario nacionalista y popular, resulta finalmente causante del estancamiento. Finalmente se trata de perverso “regresismo”.

 

Dr. Eduardo Filgueira Lima.

 

Fuente: www.NetNews.com.ar

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