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PRODUCCIÓN 15.03.2017
Agroalimentos/Investigación

El granero sospechado

El hombre es lo que come, pero qué estamos comiendo? (Primera Parte).

Por Marcela Viviana Jaimes. Lic. en Periodismo y Comunicaciones.

Julian Lennon, hijo de John Lennon, envio un tweet inquietante en 2014. Decía: “Sharply increased levels of crop spraying in Argentina’s most intensively farmed areas have resulted in a public health disaster, writes Lawrence Woodward, with large increases in cancer incidence. And it’s all the result of the widespread use of GMO crops engineered for herbicide resistance”.


Todo esto sucedía cuando una revista nacional, de edición regular, publicaba un trabajo de argentinos al respecto.
Los hechos, me hicieron volver a leer con fervor a un filósofo atrevido, que influyó en el pensamiento de Karl Marx y que se reveló en mi juventud como un gran pensador, me refiero al alemán Ludwing Feuerbach.


“Uno es lo que come”, argumentaba Feuerbach. Así, “atados, el alma y el cuerpo, buscan la nutrición. El ser y el comer son una sola cosa; ser significa comer y lo que es comido. El alimento humano es la base de la cultura. El hombre es lo que come”, dijo Feuerbach, y lo convirtió en un inmortal aforismo.

 

Los alimentos
Ingerimos alimentos para que aporten su energía a nuestro organismo y construimos sociedades en función de los métodos de producción que utilizamos. Así, nuestras sociedades se edifican en función de constituciones que dicen que el alimento es un derecho humano.


Además, las leyes nacionales e internacionales nos indican que la alimentación no sólo es un derecho, sino que debe ser suficiente, inocua y sana para las personas. Sin embargo, nuestra realidad parece contradecir el axioma.  


César Lerena, ex funcionario nacional y actual asesor del Sen. Nac. Fernando “Pino” Solanas, comenta: “consumimos alimentos con agroquímicos; anabólicos; hormonas; antibióticos; metales pesados; plaguicidas; tranquilizantes; todos contaminantes que rechazan los consumidores europeos. Además de ello, nos alimentamos con productos transgénicos y con aditivos artificiales”.


El tema, disparado en las redes por Lennon (h) en 2014, vuelve a resonar una y otra vez, intra y extra muros.


Porque por aquí perdimos posibilidades de exportar carnes a Estados Unidos o a Europa porque nuestras reses excedían el contenido de residuos químicos.


“Cada vez se presta mayor atención a los  agregados, cientos de aditivos que facilitan la comercialización de los alimentos, léase: acidulantes; aglutinantes; antioxidantes; aromatizantes; saborizantes; colorantes; conservantes; edulcorantes; emulsionantes; espesantes; estabilizantes; preservantes… y, lo que es más grave, la gran mayoría de los consumidores ignoran que están incluidos dentro de su ingesta por ausencia de etiquetado”.


Tampoco existe un exhaustivo control microbiológico. La presencia de azúcar, sal, cafeína, extractos y edulcorantes artificiales en las gaseosas no está suficientemente resaltada en los rótulos, con el riesgo que ello implica para diabéticos, hipotiroideos o celíacos, por caso.
En los últimos 20 años se naturalizó producir alimentos utilizando venenos, como si los herbicidas o los insecticidas fueran inocuos, como si nuestros sistemas biológicos fueran inmunes a la inseguridad alimentaria.

 

La relación entre el glifosato y el cáncer
El glifosato y la relación con el cáncer fue expuesta por Julian Lennon -músico y filántropo involucrado con la cuestión social- cuando hizo su advertencia a través de la red social Twitter, que utiliza en procura de generar conciencia mundial sobre las problemáticas ambientales.


A través de esta nueva suerte de “gobernanza mundial”, puso en conocimiento  de todos un artículo publicado por Lawrence Woodward sobre un desastre en nuestra salud pública por el exponencial aumento del cáncer, resultado de los niveles de fumigación en las zonas más intensamente cultivadas de Argentina.


El uso masivo de pesticidas es el responsable de la multiplicación de muertes en las zonas donde los cultivos modificados genéticamente se cultivan, asegura el artículo periodístico que impactó a Lennon.  


Según Woodward, “la tasa más alta de muerte se produce en la zona “pampa gringa”, donde se utilizan la mayoría de los productos agroquímicos”.
Como es de conocimiento público, la zona está conformada por la totalidad del este de la provincia de Córdoba y es un territorio agrícola por excelencia. Precisamente allí, las muertes por cáncer alcanzan las casi 230 por cada cien mil habitantes, número que se reduce a 158 si se lo compara con el resto de la provincia.


El dato no pasó desapercibido, por lo que fue estudiado en su momento, cuando se elaboró el “Informe sobre el Cáncer en Córdoba 2004-2009”, una investigación oficial preparada por el Registro Provincial de Tumores y el Departamento de Estadísticas y Censos.
“Los casos de cáncer se multiplican como nunca en zonas con uso masivo de pesticidas”, dijo el Dr. Medardo Ávila Vázquez, de la Red Universitaria de Ambiente y Salud.


Por su parte, el Dr. Fernando Manas, de la Genética y Ambiental Grupo de Mutagénesis de la Universidad Nacional de Río Cuarto, expresó: “Es consenso entre los investigadores de Río Cuarto que las personas expuestas a los plaguicidas sufren daños genéticos y son más propensos al cáncer”.
Manas señala que “el glifosato -el herbicida en el que se basa la mayor parte de cultivos de OGM- y su principal producto de degradación, el AMPA, se han detectado en lagos, suelos, e incluso en el agua de lluvia en estas regiones más afectadas”.


Por su parte, Damián Verzeñassi, médico y profesor de la salud social y ambiental en la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario, sostiene: “El estudio de Córdoba coincide con las encuestas que llevamos a cabo… El cáncer se ha disparado en los últimos quince años”, y es mordaz sobre el fracaso del Estado y la industria para tomar medidas preventivas: “Siguen exigiendo estudios sobre algo que ya está probado y no toman medidas urgentes para proteger a la población. Hay amplia evidencia de que el modelo agrícola tiene consecuencias para la salud, estamos hablando de un modelo de producción que es un enorme problema de salud pública”.


Un estudio publicado en Archivos Argentinos de Pediatría que compara datos de chicos de áreas urbanas con los de zonas rurales, cercanos a campos fumigados, también lo asegura. Investigadores de la Universidad Nacional de Río Cuarto detectó daño genético en niños cordobeses expuestos a plaguicidas. El estudio fue realizado por Delia Aiassa, Fernando Mañas, Natalí Bernardi, Natalia Gentile, Álvaro Méndez, Dardo Roma y Nora Gorla, integrantes del Grupo de Genética y Mutagénesis Ambiental (GEMA) y del Departamento de Ciencias Naturales de la Facultad de Exactas de la UNRC.


Con relación al trabajo, Delia Aiassa destacó que los biomarcadores utilizados en el monitoreo genotóxico fueron micronúcleos en células de la mucosa bucal. “Se puso a punto y se utilizó en niños de 5 a 14 años una técnica que no es invasiva. Se extrajeron células de la mucosa bucal utilizando hisopos estériles, frotando el interior de la mejilla sin tocar dientes y lengua, durante 30 segundos, previo enjuague bucal y se observaron mil células por individuo”, indicó. Este trabajo constituye el primer reporte de monitoreo de daño genético en niños en Argentina, aunque el trabajo no incluye a los adultos.

 

 

“En rigor, se cuestiona no sólo cómo se produce en nuestro país sino también cómo se elaboran los productos que consumimos”

 

 

El daño
“Entre los efectos adversos que pueden ser estudiados en los niños expuestos a varios peligros ambientales, el daño citogenético recibe una atención especial después de que se ha demostrado que la frecuencia aumentada al daño al ADN y a los cromosomas en la niñez es predictivo del desarrollo de cáncer en adultos sanos”,...

 

 

Leer nota completa en: https://issuu.com/desafioexportar/docs/revista_desafio_exportar_n__140/40

 

 

Fuente: www.NetNews.com.ar

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